La investigación también reveló que jóvenes universitarios de nivel socioeconómico más alto son los que presentan más depresión subumbral. Ellos, al tener síntomas, pero al no cumplir con todos los criterios de un diagnóstico de episodio depresivo mayor, tienen la oportunidad de beneficiarse de estrategias de prevención.
“En jóvenes con depresión mayor, el sólo pertenecer a un grupo no sería suficiente como medida protectora, en ellos cobra mayor importancia el percibir un alto apoyo social. En cambio, en jóvenes con depresión subumbral tanto el pertenecer a un grupo como el alto apoyo social percibido serían medidas protectoras”, explica el Dr. Álvaro Langer, Director Alterno de Imhay y líder del estudio.
Un equipo de investigadores encabezado por el Dr. Álvaro Langer, Director Alterno del Núcleo Milenio Imhay y académico del Instituto de Estudios Psicológicos de la Facultad de Medicina de la Universidad Austral de Chile y que contó con la colaboración de la Alianza Chilena contra la Depresión, publicó en la revista Frontiers in Public Health los resultados de un estudio acerca de los factores sociales y económicos asociados a la depresión en jóvenes universitarios chilenos durante la pandemia por COVID-19.
“En Chile, se ha analizado la asociación entre distintos niveles de ingresos económicos y síntomas de depresión, ansiedad, estrés, y consumo de alcohol y drogas en esta población. Sin embargo, es importante seguir profundizando en variables relacionadas con aspectos sociales y económicos que son muy relevantes en salud, no sólo en salud mental, como el tipo de vivienda, la situación laboral, el tener o no hijos, etc.”, explica el Dr. Langer.
El trabajo también exploró un aspecto menos estudiado, pero igualmente importante: la depresión subumbral, que se caracteriza por la presencia de síntomas depresivos clínicamente importantes, pero que no alcanzan a cumplir los criterios para el diagnóstico de un trastorno depresivo mayor.
“Hay una tendencia en enfocarse en la psicopatología cuando se cumplen ciertos criterios, pero ¿qué pasa con aquellas personas que no cumplen todos los criterios para tener un síndrome y, sin embargo, tienen un conjunto de síntomas que igual causan malestar? Esas personas requieren intervenciones para aliviar su malestar y para prevenir el desarrollo de cuadros más graves”, plantea Marcelo Crockett, Investigador Doctoral de Imhay y co-autor de esta investigación.
Impacto de la pandemia
El trabajo consistió en el análisis de los resultados en pandemia por COVID-19 de una encuesta en línea que se aplica en forma anual hace más de 7 años en estudiantes de una universidad del sur de Chile y que evalúa síntomas depresivos y variables socioeconómicas, entre otras.
La encuesta se realizó en noviembre de 2020, justo antes de que se reanudaran las cuarentenas en donde se llevó a cabo el estudio. Participaron 1.577 estudiantes de pregrado (64,6% mujeres) con un promedio de edad de 22 años.
Según los resultados del estudio, el 32,3% de los jóvenes cumplía criterios para un episodio de depresión mayor y un 14,3% para un episodio de depresión subumbral. Se confirmaron algunos datos de estudios previos, de manera que la prevalencia de episodio de depresión mayor fue más alta en mujeres, en universitarios que no vivían con sus padres, pertenecientes a estratos socioeconómicos más bajos y que tenían dificultades económicas debido a la pandemia.
Al analizar la información de aquellos jóvenes con depresión subumbral, aparecieron las novedades. El Dr. Langer cuenta “En los alumnos con mayores ingresos económicos fue donde hubo mayor prevalencia de depresión subumbral. A mí me parece muy interesante porque es una población que uno podría invisibilizar al diseñar estrategias para prevenir enfermedades del ánimo, ya que no se considera tradicionalmente como de riesgo”.
Factores de prevención
“Estas personas que están iniciando síntomas podrían pasar inadvertidas, sin embargo, con estrategias oportunas, la progresión a una depresión mayor se puede detener”, dice el Investigador Doctoral de Imhay, Marcelo Crockett.
Otro hallazgo de esta investigación es acerca de la influencia de dos aspectos sociales: la pertenencia a algún grupo y la percepción del apoyo social que se recibe, es decir, la percepción de apoyo afectivo y la posibilidad de hablar y compartir temas importantes para uno. Los análisis mostraron diferencias entre jóvenes con episodios de depresión mayor y aquellos con depresión subumbral.
“En jóvenes con depresión mayor, el sólo pertenecer a un grupo no sería suficiente como medida protectora, en ellos cobra mayor importancia el percibir un alto apoyo social. En cambio, en jóvenes con depresión subumbral tanto el pertenecer a un grupo como el alto apoyo social percibido serían medidas protectoras”, explica el Dr. Álvaro Langer. Promover un alto apoyo social percibido sería una posible medida para favorecer la prevención de la depresión en jóvenes universitarios, especialmente en quienes tienen algunos síntomas de depresión, pero que aún no tienen la enfermedad.
“Estas personas que están iniciando síntomas podrían pasar inadvertidas, sin embargo, con estrategias oportunas, la progresión a una depresión mayor se puede detener”, dice el Investigador Doctoral de Imhay, Marcelo Crockett. “Es un grupo al cual hay que poner atención para las estrategias de prevención. Es relevante e interesante de investigar en estudios futuros”.
¿Y cómo prevenir? Participar en el mundo social, no aislarse, unirse a grupos, y si además esa participación se constituye en un apoyo más específico, aún mejor. De ahí la importancia de que en los espacios universitarios se propicie la adecuada relación de los jóvenes con sus pares y la pertenencia a grupos.
Estos resultados podrían abrir la puerta a nuevas investigaciones, no sólo para delinear mejor el beneficio de la interacción social en jóvenes con depresión en sus diversos grados, sino también para profundizar en la comprensión de la depresión subumbral.
Luego de entrenar su flexibilidad y resiliencia durante el confinamiento, gran parte de la comunidad escolar esperaba con ansias el regreso a la presencialidad. Pero no ha sido fácil: la salud mental de los profesores y profesoras vive hoy una crisis profunda, similar a la que enfrentó el personal de salud en el peak de la pandemia de covid-19.
Entrevistado por Revista Ya, el psiquiatra, Investigador Principal de Imhay y académico de la Facultad de Educación de la Universidad de los Andes, Dr. Jorge Gaete indicó que no solo los estudiantes están desregulados; también los apoderados, basándose en lo que ha observado tanto en el diplomado que dirige como en el trabajo de investigación que realiza actualmente en más de 70 colegios, como director del Centro de Investigación en Salud Mental Estudiantil de la misma universidad.
«En uno de los colegios que está participando en nuestros estudios, algunos apoderados entraron al establecimiento y fueron a golpear a unos alumnos; en otro, entraron a golpear a los profesores. Están así en parte por efecto de la pandemia, pero también por el ambiente polarizado en el que estamos viviendo», señala el Dr. Gaete.
Según el investigador Imhay, la salud mental de los profesores y profesoras siempre está bajo cierto grado de amenaza, tanto por factores estructurales como culturales.
«Pasan muchas horas en aula y eso los deja sin el tiempo necesario para poder pensar en mejores alternativas pedagógicas. Además, hay pocas instancias en las que los profesores son entrenados en habilidades socioemocionales y de autocuidado de la salud mental. Pese a que se habla cada vez más de salud mental y de las licencias que muchos profesores se están tomando por esa razón, todavía hay mucha estigmatización y resistencia a tomarle el peso a estos problemas. Muchos piensan que los cuadros de ansiedad o depresión tienen que ver con el carácter o con falta de voluntad, cuando puede haber incluso razones biológicas que dificultan el reponerse. Y todo esto se da en un contexto en el que no hay recursos, ni económicos ni de tiempo, para abordar estas problemáticas», señala el investigador de Imhay.
El Dr. Gaete rescata el modelo de las “escuelas saludables”, que funcionan según los lineamientos de la OMS y están presentes en Escocia y Canadá, entre otros países. También la propuesta de Mark Greenberg, cuyo modelo de intervención para los colegios —aún no aplicado en Chile— incluye desde la alfabetización emocional de los docentes, hasta la enseñanza de mindfulness y técnicas de regulación emocional.
«Está comprobado que este tipo de intervenciones no solo mejora la salud mental de los docentes, sino también la convivencia escolar y el aprendizaje. Lo que no está del todo claro es si el hecho de intervenir solo a nivel de los docentes puede tener un impacto significativo también en la salud mental de los estudiantes», concluye el también investigador principal del Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes, Imhay
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Encuesta realizada por investigadores de Imhay, la Universidad de los Andes y la Universidad de Talca, reporta que cerca del 38% manifiesta síntomas de ansiedad y una parte importante se ha sentido desesperanzado. Los más afectados son los de primer y segundo año. Fomentar el sentido de comunidad y ofrecer talleres de primeros auxilios psicológicos son parte de las respuestas de la academia.
En el estudio, aplicado a más de 5 mil estudiantes, se reportó que la prevalencia de los problemas de salud mental ocurren de manera transversal entre distintas casas de estudio y que “las principales problemáticas se ven en la población más joven, es decir, los de primer y segundo año”, indica el académico de la Facultad de Educación de la Universidad de los Andes e Investigador Principal de Imhay, Dr. Jorge Gaete.
“Eso implica, de alguna manera, que gran parte del problema comienza antes de llegar a la universidad. Son personas que vienen con bastante sintomatología; no es algo que uno podría decir que se va acentuando a medida que van avanzando la carrera”, explica el psiquiatra
De ahí que consultado respecto a qué acciones se pueden tomar para reducir el número de universitarios con problemas de salud mental, una primera recomendación “es un llamado a las políticas públicas a hacer medidas de prevención en la población infanto-juvenil. Si queremos tener adultos más sanos, debemos tener claro que muchos de ellos parten su sintomatología tempranamente y que no parece que en general estemos dando buenas respuestas”, responde el investigador Imhay.
Aunque los datos del estudio se tomarin a mediados de 2020, los autores advierten que cifras preliminares muestras que con el paso del tiempo, esgas siguen igual e incluso han ido en aumento. “No tenemos indicadores de que esta problemática esté mejor, sino más bien de que está igual o peor”, resume el Dr. Gaete.
Patrocinado por connotados psiquiatras, el actual director y exdirectores de la Clínica Psiquiátrica Universitaria, y el apoyo de diversos especialistas, instituciones y organismos chilenos y extranjeros, incluyendo la Organización Mundial de la Salud, el Dr. Ricardo Araya es el primer profesional de la salud mental nominado a este galardón.
El Dr. Ricardo Araya ha dedicado la mayor parte de su carrera a desarrollar propuestas de atención en salud mental para comunidades de bajos recursos y grupos con mayores necesidades en salud mental, como mujeres, jóvenes y pacientes mayores.
El doctor Araya es actualmente profesor e investigador del King’s College London, uno de los centros académicos y científicos más importantes del mundo en el campo de la psiquiatría, y forma parte del equipo del Núcleo Milenio Imhay como Investigador Senior.
Dada la relevancia de su trabajo, el impacto de sus innovaciones y el impulso que le ha dado a la investigación científica en salud mental, directores y exdirectores de la Clínica Psiquiátrica Universitaria de la Universidad de Chile, entre los que se cuentan los Dres. Luis Risco, Fernando Ivanovic-Zuvic, Graciela Rojas, Hernán Silva y Julio Pallavicini, decidieron patrocinar su postulación para el Premio Nacional de Ciencias Aplicadas y Tecnológicas, que debe resolverse en agosto próximo.
Además, apoyan su nominación diversas instituciones y personalidades, como el Núcleo Milenio Imhay; la Sociedad de Neurología, Psiquiatría y Neurocirugía de Chile (Sonepsyn); la Ministra de Salud, Dra. Begoña Yarza; el exrector de la Universidad de Chile, Dr. Ennio Vivaldi; la economista Andrea Repetto; el médico salubrista Giorgio Solimano; e incluso autoridades extranjeras, como la Directora del Departamento de Salud Mental y Abuso de Sustancias de la Organización Mundial de la Salud, Dévora Kestel.
“Todas esas personas han mandado cartas muy bonitas. Ha sido reconfortante para mí, porque no estoy acostumbrado, nunca he buscado reconocimiento o postulado a alguno de estos premios tan importantes”, comenta el científico. Sin embargo, su nominación le entusiasma, porque “tiene que ver con la visibilidad de la salud mental. Llegó el momento en que empecemos a ´matricularnos´, porque nunca nadie de nuestro rubro ha sido elegido”.
El psiquiatra chileno no sólo ha sido reconocido por sus pares nacionales e internacionales, ya que el sociólogo estadounidense Ronald Kessler -profesor de la Universidad de Harvard y el científico más citado en el mundo- ha dicho que el Dr. Ricardo Araya es uno de los cinco líderes en salud mental global. Pocos profesionales chilenos han recibido halagos así, de una eminencia científica internacional.
“Es bonito escuchar que lo que uno ha hecho durante cuarenta años ha tenido una repercusión, y que personas que están a un alto nivel lo vean”, comenta desde Londres este renombrado médico chileno, que durante su carrera ha participado en más de 60 proyectos de investigación y ha publicado más de 300 artículos científicos, que han recibido un alto índice de citas. Veinte de esos trabajos han aparecido en la prestigiosa revista médica The Lancet.
Innovaciones en salud mental
El psiquiatra junto a un equipo de investigadores enseñaron, en Zimbabwe, África, a inusuales monitores, como profesores, líderes sociales e incluso personas mayores, para que dieran asesoría a personas con problemas de salud mental conversando en bancas dentro o fuera de las clínicas. El plan se llamó ‘La Banca de la Amistad’ (Friendship Bench). Esta iniciativa fue elogiada por la Organización Mundial de la Salud, Naciones Unidas, y los gobiernos de EEUU, Reino Unido y Canadá, entre otros.
Ricardo Araya se tituló de médico en la Universidad de Chile, se especializó en psiquiatría e hizo un posgrado en el Maudsley Hospital de Londres, uno de los centros más prestigiosos del mundo. Comenzó su labor docente y científica, primero en la Universidad de Bristol, luego en la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, y desde 2017 en en el King´s College, también en Londres, donde es Profesor Titular -una categoría que ningún académico chileno había obtenido antes- de Salud Mental Global.
Ambas instituciones -King´s College y la Escuela de Higiene y Medicina Tropical- se aliaron para formar el Centro para la Salud Mental Global (CGMH), y nombraron al profesor Araya como codirector, junto con el reconocido psiquiatra indio Vikram Patel. Con él lanzó en 2007 el Movimiento para la Salud Global Mental (MGMH), una red colaborativa de personas e instituciones para mejorar la atención de quienes viven con problemas mentales y trastornos psicosociales, especialmente en países de ingresos medios y bajos. La iniciativa tiene adscritas a más de 10 mil personas de 200 organismos en el mundo.
Es así como el especialista ha dedicado la mayor parte de su carrera a desarrollar propuestas de atención en salud mental para comunidades de bajos recursos y grupos con mayores necesidades en salud mental, como mujeres, jóvenes y pacientes mayores.
“No me era suficiente el estar frente a una persona que me contara sus problemas y tratar de entenderla y ayudarla a nivel individual. Quería entender cómo operaba esto a un nivel más general, poblacional: cuáles eran los problemas más comunes, por qué la gente se enfermaba o no, cómo salían adelante, qué cosas funcionaban y cuáles no”, relata el doctor Araya. “Yo tenía una sensibilidad social importante y eso era lo que me motivaba: qué se puede hacer para ayudar a estas personas que tienen estos problemas, que son tan comunes, y donde no hay los medios como para poder sacarlas adelante”.
Realizó sus primeros esfuerzos de innovación en salud mental en la década de los 90, en Chile, donde fue asesor en el Servicio Nacional de la Mujer y estuvo a cargo de la primera Encuesta de Violencia Intrafamiliar, que sentó bases para la Ley de Violencia Intrafamiliar del 2005. También fue Asesor Científico Superior y Director de la Unidad de Evaluación de Atención Primaria del Ministerio de Salud.
Gracias a los contactos internacionales que el profesor Araya ya cultivaba, consiguió financiamiento del Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos para hacer en Chile un estudio sobre costo-efectividad de un modelo de tratamiento para la depresión en mujeres a nivel de atención primaria.
El esquema fue innovador y potente porque, entre otras características, ofrecía una solución a la falta de recursos humanos especializados en la atención psiquiátrica, transfiriendo responsabilidades en el cuidado de la depresión a personal no-médico y empoderando a personas con depresión para fortalecer su autocuidado.
Dada la relevancia de este trascendental estudio, la revista científica The Lancet lo publicó en 2003, como el primer ensayo clínico de una intervención ampliamente exitosa en salud mental en atención primaria en países en vías de desarrollo y con menos recursos.
En Chile el modelo fue implementado a mayor escala y es la base del actual Programa Nacional de Depresión en Atención Primaria. Su impacto sigue siendo visible ya que ha impulsado, por ejemplo, que se formen grupos de autoayuda liderados por mujeres que se han recuperado de su depresión y que comienzan a ayudar a otras que están aún en proceso.
Además, el modelo pasó a ser un referente a nivel global, a tal punto que se convirtió en un estándar de atención en varios países, y fue adoptado por la Organización Mundial de la Salud.
El Dr. Ricardo Araya formó parte de la comisión de trabajo organizada por la Organización Mundial de la Salud “Ayudando a adolescentes a crecer”. En la foto aparece junto a los profesores del King’s College London: Crick Lund, Mark Jordans y Taiana Sailsbury.
“Los jóvenes lo están pasando mal”
Debido a su inquietud por promover iniciativas y políticas públicas para comunidades con mayores necesidades de atención en salud mental, el científico chileno lidera en los últimos años varias investigaciones centradas en población juvenil.
“La salud mental está muy estrechamente relacionada con lo que está pasando en la sociedad, a diferencia de muchas enfermedades de la salud física”, plantea el Dr. Araya. “Y hoy en día están pasando muchas cosas para la gente joven. El tema más álgido en este momento es la crisis económica, que obviamente afecta a todos, pero a los jóvenes les va quitando oportunidades. Tuvimos el Covid, que les quitó la posibilidad de poder interactuar, y los jóvenes estuvieron apretaditos dos o tres años, y las consecuencias de eso aún no las sabemos, vamos a verlas más adelante”.
“El tema de salud mental en los jóvenes está candente, no sólo porque ellos lo están pasando mal, sino que la sociedad se está resintiendo porque ellos están mal”, advierte. “Los jóvenes son el presente, si no invertimos ahí, si no les ayudamos a sentirse mejor, a sentir que pueden hacer una contribución a nuestra sociedad, vamos mal ¿no?”.
En la actualidad, este científico chileno -postulante al Premio Nacional de Ciencias Aplicadas y Tecnológicas 2022- tiene en marcha un estudio para desarrollar un modelo de atención para jóvenes afectados por los conflictos armados en Colombia; en otra investigación busca identificar los factores de resiliencia que ayudan a prevenir o tratar depresión y ansiedad en jóvenes de Lima, Buenos Aires y Bogotá; y en Chile -como Investigador Senior en el Núcleo Milenio Imhay- impulsa el uso de tecnología y aplicaciones digitales en diversos tipos de intervenciones, como herramientas computacionales para prevenir y tratar trastornos mentales en adolescentes y estudiantes universitarios.
Sin pretender transformar a los colegios en centros de salud ni a los profesores en personal sanitario, hay que reconocer que los profesores están en una posición privilegiada para aportar. Ellos, al establecer un contacto cercano y prolongado con sus estudiantes, cuentan con una oportunidad única para favorecer su adecuado desarrollo emocional y reconocer situaciones de riesgo que ameritan una evaluación en salud mental, comenta en The Clinic la académica de la Facultad de Medicina y directora de Imhay, Dra. Vania Martínez.
Semanas atrás el presidente del Colegio de Profesores afirmó: “Nuestros contratos de trabajo en ninguna parte dicen que los docentes estemos contratados para cuidar niños. No somos guardería”. Sin embargo, a pesar de que no son guardería ni tampoco son la familia, ni son psicólogos, ni trabajadores sociales, a los profesores les toca ejercer roles de cuidado de manera frecuente.
Es de ahí que surgen dos inquietudes: por una parte, ¿son los docentes los encargados de llevar a cabo estos roles? Y, por otra, ¿están preparados los docentes para asumir roles de ese tipo?
En relación a la primera interrogante hay que reconocer que muchas veces quienes debieran cumplir roles de cuidado -tanto personas como instituciones- no lo hacen de una manera adecuada y oportuna. Ejemplos cotidianos de aquello son: un apoderado que no pide hora al psicólogo porque no cree en ellos, un estudiante que no puede dedicarle tiempo suficiente al estudio porque tiene que cuidar a sus hermanos menores, un centro de salud que no tiene suficientes profesionales, etc. Es entonces cuando, sin proponérselo ni planificarlo, los profesores se ven en la obligación de ejercer roles de cuidado.
En ese escenario, en realidad lo que corresponde es fortalecer el trabajo intersectorial y apoyar a quienes han descuidado sus roles o no los han podido ejercer de manera efectiva por distintas razones. Desde luego que gran parte de las familias requieren más herramientas; también nuestra sociedad debiera reconocer la necesidad que tenemos de fomentar actitudes solidarias para enfrentar las situaciones de crisis de distinto tipo.
Establecer alianzas con la Academia y los equipos de investigación puede ayudar a definir intervenciones posibles y útiles de implementar para un mejor bienestar de los estudiantes. Fortalecer las redes de apoyo, implementar intervenciones educativas en parentalidad positiva, fomentar la co-responsabilidad, establecer condiciones laborales que permitan compatibilizar los roles familiares, son estrategias probadamente efectivas que deben ser puestas en marchas por distintos actores.
Adicionalmente, sin lugar a dudas se requiere una mayor inversión en salud mental desde el Gobierno, el que ha prometido casi triplicar el presupuesto que tiene el Ministerio de Salud en esta área al final de su mandato. Esta inversión debiera materializarse paulatina y decididamente y apuntar no solo a realizar tratamientos oportunos y de calidad, sino también, intervenciones promocionales y preventivas basadas en la mejor evidencia disponible.
Por lo tanto, para un mejor bienestar de los estudiantes, se requiere que cada uno cumpla con su rol, las familias, la sociedad, el sistema de salud, las autoridades, etc.
Por otra parte, para favorecer el bienestar de los estudiantes y, sin pretender transformar a los colegios en centros de salud ni a los profesores en personal sanitario, hay que reconocer que los profesores están en una posición privilegiada para aportar. Ellos, al establecer un contacto cercano y prolongado con sus estudiantes, cuentan con una oportunidad única para favorecer su adecuado desarrollo emocional y reconocer situaciones de riesgo que ameritan una evaluación en salud mental.
Algunas de esas situaciones no son detectadas en los hogares porque a las familias les cuesta reconocerlas y, en otras ocasiones, porque ocurren en las mismas familias, como puede suceder con la negligencia, el abuso sexual y el maltrato físico y psicológico. Entonces podríamos decir que en relación a la pregunta ¿son los docentes los encargados de llevar a cabo roles de cuidado?, la respuesta sería que sí. De hecho, no solo los profesores pueden aportar, sino que además es necesario que lo hagan, incluyendo una adecuada detección y referencia al sistema de salud.
Sin embargo, además se requiere que los otros actores involucrados en el bienestar de los estudiantes ejerzan efectivamente su rol.
En relación a la interrogante de si están los profesores preparados para ejercer roles que favorezcan el bienestar de los estudiantes, es importante insistir en que por su experiencia y labor están muchas veces en mejor posición que las familias y el mismo sistema de salud para aquello. Sin embargo, frecuentemente los docentes tienden a sentirse inseguros de sus capacidades y dejan esos roles en manos de quienes consideran “más expertos” en la comunidad educativa, como psicólogos escolares o el equipo de convivencia escolar.
Se requiere avanzar en apoyarlos con capacitaciones y acompañamientos pertinentes a sus necesidades y su realidad local. Estas capacitaciones deben apuntar a actualizar sus conocimientos y fortalecer sus competencias y habilidades en temáticas de bienestar y salud mental de estudiantes. Eso sí, hay que recordar que para cuidar adecuadamente a otros debemos partir por cuidarnos nosotros mismos. Entonces es importante que los profesores además reciban herramientas y tengan condiciones laborales que favorezcan su autocuidado.
Ve la publicación original de The Clinic AQUÍ
En asuntos tan diversos como la vida cívica, educación o su salud -incluida la salud mental- el nuevo texto induciría a considerar la autonomía progresiva y sus decisiones personales.
“Lo que hace este nuevo texto al desarrollar el principio del Interés Superior y el de la Autonomía Progresiva, en mi opinión, es dar luces sobre la necesidad de que esas reglas e interpretaciones que históricamente hemos construido respecto de la situación de niños, niñas y adolescentes en el plano de la salud, tienen que ser conciliadas con el respeto de sus propias autonomías”, plantea la Dra. Yanira Zúñiga, académica de la Universidad Austral de Chile e Investigadora Principal de Imhay.
Si el texto elaborado por los convencionales constituyentes se aprueba en septiembre próximo, Chile pasará a ser uno de los pocos países del mundo en establecer como principio constitucional los derechos de sus niños, niñas y adolescentes.
Si bien nuestro país ha adherido a principios y acuerdos internacionales, como la Convención de Derechos del Niño de la ONU (1989), a la hora de aplicar sus contenidos no han faltado los problemas de interpretación legal, que han significado que no se manifiesten plenamente en la práctica. Por eso, que en el nuevo texto haya un artículo completo dedicado al tema -número 26 del capítulo de Derechos Fundamentales y Garantías- más otros acápites en áreas específicas, es un cambio notable respecto a la actual Constitución.
“Además hay un compromiso en el nuevo texto constitucional no sólo de proteger sino también por promover, por garantizar -es decir, por ir más allá- y por crear una institucionalidad que tendría fuente en el texto constitucional en materias de protección de garantías de la niñez”, destaca la doctora en derecho, Yanira Zúñiga, profesora titular de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Austral de Chile e Investigadora Principal de Imhay. “Y no es sólo avanzar en el reconocimiento de derechos, sino también en proteger algunos derechos específicos: protección ante la violencia, el maltrato, la explotación, el abuso, situaciones que han sido problemáticas en el caso chileno. Y también el sostenimiento de una institucionalidad con la cual el Estado se compromete para garantizar también eso, que son los fenómenos más críticos de violación de derechos de la niñez y adolescencia”.
Asumir facultades y responsabilidades
Los grandes principios que establece la propuesta de nueva Constitución respecto a los niños, niñas y adolescentes se refieren a la Autonomía Progresiva, al Interés Superior, al Desarrollo Integral y al Derecho a Formar Parte de su Familia.
“Yo diría que refuerza muchas cosas”, explica la doctora en Derecho. “Eleva a carácter constitucional estos principios que estaban sólo en la legislación -sobre todo autonomía progresiva y principio del interés superior del niño- y esto es siempre importante porque la Constitución opera como norma suprema y entonces permite ir orientando el desarrollo del resto de la legislación; y eventualmente podría permitir -si se aprueba el texto- que se discuta más adelante la constitucionalidad de algunas normas que no se conformen a ese paradigma”.
Aparte del artículo 26, que reconoce derechos y garantías, hay otros puntos novedosos desplegados en varios capítulos, como el que les faculta a votar, si así lo desean, a partir de los 16 años.
“Esta norma proviene de varias iniciativas populares que fueron presentadas por asociaciones, sobre todo de estudiantes secundarios. Entonces, ahí aparece una dimensión de participación de ellos a través de esta modalidad de apertura de discusión”, enfatiza la investigadora de Imhay.
En el fondo, éste y otros artículos apuntan a reconocer que ellos y ellas tienen facultades para tomar decisiones, y que la sociedad entera -familia, Estado y demás instituciones- deben comprometerse para promover y proteger esos derechos.
“La noción de Autonomía Progresiva es, por definición, algo dúctil, móvil, que no está asociada a hitos rígidos de edad. Lo que busca es justamente una protección que sea muy sensible a los contextos de desarrollo de los niños, niñas y adolescentes, de su entorno, y también al tipo de decisiones que pueden tomar”, explica la académica. “Por ejemplo, no es lo mismo tomar una decisión para rechazar un tratamiento médico importante para mantener su propia vida, que decidir si se hace o no un tatuaje. Son dos decisiones que repercuten de forma distinta: ambas podrían afectar la salud, pero no con la misma intensidad. Entonces el principio funciona siendo sensible tanto a las características de sus destinatarios como al tipo de decisiones que puedan adoptarse”.
Derecho a una educación sexual no sexista
Los grandes principios que establece la propuesta de nueva Constitución respecto a los niños, niñas y adolescentes se refieren a la Autonomía Progresiva, al Interés Superior, al Desarrollo Integral y al Derecho a Formar Parte de su Familia.
El texto constitucional establece también, como algo fundamental, que todas las personas tienen derecho a recibir una educación sexual integral no sexista. Ésta es probablemente el área donde la propuesta de la Convención viene a despejar más dudas, según la investigadora de Imhay.
“Bajo esta nueva lógica, los padres no pueden interferir en los derechos de sus hijos a acceder a educación integral en esta materia, que además es un área estratégica para el desarrollo de sus derechos sexuales y reproductivos: contar con información que sea integral. Es la lógica del sistema internacional y de la protección de los derechos de los niños, de su propia autonomía, que ellos tengan información pertinente, de buena calidad, para adoptar decisiones sobre su propia vida. Y eso había sido parte de discusiones recientes, con un fallo del Tribunal Constitucional chileno que declaró inconstitucional parte de las normas que se discutieron en el proyecto de ley sobre Garantías de la Niñez. La interpretación que hizo el Tribunal Constitucional – al priorizar los derechos de los padres sobre la posibilidad de que sus hijos tuvieran educación sexual integral y educación no sexista- es contraria a la centralidad de los derechos de la niñez y la adolescencia que ahora con mayor rotundidad expresa la propuesta constitucional, haciéndose eco de los desarrollos internacionales en esta materia, que no permiten que los padres bloqueen los derechos de los hijos”.
Derechos y autonomía en Salud
El hecho de que se incluya en la propuesta de constitución el principio de Autonomía Progresiva en niños, niñas y adolescentes también va a abrir puertas en materia de reconocimiento de la toma de decisiones en materia de atención de salud, la cual hasta ahora estaba exclusivamente en manos de los adultos.
“Lo que hace este nuevo texto al desarrollar el principio del Interés Superior y el de la Autonomía Progresiva, en mi opinión, es dar luces sobre la necesidad de que esas reglas e interpretaciones que históricamente hemos construido respecto de la situación de niños, niñas y adolescentes en el plano de la salud, tienen que ser conciliadas con el respeto de sus propias autonomías”, plantea Yanira Zúñiga. “Esto va a depender del tipo de decisiones que tomen, pero lo que no sería consistente con estas nuevas reglas que se asumiera que los niños, niñas y adolescentes no tienen nada que decir respecto de esos tratamientos. Y esto opera tanto para las cosas relacionadas con su salud física como con su salud mental”.
Las y los profesionales de la salud, y especialmente los de la salud mental, han percibido desde siempre que uno de los obstáculos para que muchos niños o jóvenes se atrevan a relatar sus preocupaciones o dolores más personales es justamente el temor a que sus familias se enteren o influyan en una consulta o tratamiento. Ahora se abre, entonces, una posibilidad para reformular marcos regulatorios, tanto en lo legal como en lo administrativo, que aclaren el trabajo de los equipos profesionales en su interacción con estos pacientes.
“Hasta ahora no había mucha claridad en esta materia, siempre estaba la idea de que había una relación tripartita (que incluye siempre a profesionales, niños, niñas y adolescentes, y a sus padres). Sin embargo, en muchos casos se produce una colisión entre los intereses de unos u otros, y aquello que favorece el Interés Superior del Niño no siempre se alinea con los intereses o visiones parentales, sobre todo en materia de salud mental o de salud reproductiva”, explica la doctora en Derecho. “Quizás en campos como la salud mental es necesario ser más deferentes con esa autonomía, que -como hemos dicho- es progresiva. Seguramente en el marco de un futuro desarrollo legal, habrá que aclarar muchas cosas en términos de procedimiento, es decir, sobre cómo operar cuando no haya el mismo parecer entre los niños, niñas y adolescentes, y sus padres y madres o representantes legales”.
El Dr. Jorge Gaete, es psiquiatra, académico de la Facultad de Educación de la Universidad de los Andes, donde es director del Centro de Investigación Salud Mental Estudiantil (ISME) y es investigador principal del Núcleo Milenio Imhay.
Debido a los altos contagios de enfermedades respiratorias y la saturación de recintos hospitalarios, el gobierno decidió extender el periodo de vacaciones de invierno, pero ¿cómo cuidar la salud mental de los estudiantes en este receso? Al respecto habla el investigador principal de Imhay y académico de la Facultad de Educación de la Universidad de los Andes, Dr. Jorge Gaete, en el portal laserenaonline.
El Dr. Gaete señala que una de las medidas relevantes es respetar las horas de sueño. “Es importante que los jóvenes puedan descansar alrededor de 8-10 horas, ya que un estudiante que duerme poco es más propenso a presentar un cuadro ansioso o depresivo”, explica el especialista.
En relación con las actividades recreativas en estas vacaciones, el también investigador principal de Núcleo Milenio IMHAY comenta que “es recomendable realizar caminatas en familia, andar en bicicleta y correr en lugares ricos en vegetación y árboles. Es importante estar en contacto con la naturaleza y evitar el uso de pantallas”.
Medidas para cuidar la salud mental de los jóvenes en estas vacaciones:
Dormir alrededor de 8-10 horas diarias.
Mantener una alimentación balanceada y un orden en las comidas: desayuno, almuerzo y cena.
Evitar el uso excesivo de alimentos procesados.
Realizar actividad física, idealmente 3 veces a la semana por mínimo 30 minutos.
Cuidar el uso de pantallas. En jóvenes mayores de 13 años es recomendable un uso moderado, por ejemplo: entre 1 y 2 horas diario. Mientras que en estudiantes menores es prudente reducir al mínimo su exposición. Las recomendaciones de la OMS y de la American Pediatric Association para menores de 2 años es no usar pantallas, y entre los 2 y 5 años su uso debería ser como máximo 1 hora al día.
El académico de la Facultad de Educación de la Universidad de los Andes e investigador principal de Imhay, Dr. Jorge Gaete, fue entrevistado en CNN Chile respecto a los efectos en la salud mental familiar a propósito del adelanto de las vacaciones de estudiantes.
Al respecto, el Dr. Gaete aseguró que “los chicos durante la pandemia tuvieron algunos retrasos en temas de aprendizaje y el desarrollo de ciertas habilidades cognitivas, emocionales y sociales. Uno diría que, mientras más tiempo le demos a que esas habilidades se puedan desarrollar en el contexto escolar, será algo positivo“.
No ha pasado un año desde el fatal incendio ocurrido en un hogar protegido en San Felipe, donde murieron seis pacientes dados de alta del Hospital de Putaendo que estaban en proceso de reinserción social. En tanto, cientos de personas siguen deambulando con sus familiares, buscando –sin éxito– alguna cama de hospitalización frente a crisis suicidas o de agresividad por trastornos de salud mental. Para qué hablar de la falta de horas disponibles para ingresar e, incluso, hacer seguimiento de pacientes que ya se encuentran en tratamiento.
Por Carlos Ibáñez
Psiquiatra, académico de la Universidad de Chile, investigador colaborador del Núcleo Milenio Imhay y coordinador de la Red Salud Mental Es Salud.
La triste polémica suscitada a propósito de la denuncia de la ministra de Salud, María Begoña Yarza, en contra de profesionales del Hospital del Salvador de Valparaíso por acciones calificadas como tortura, resulta una muestra de la precaria situación en que se encuentran los establecimientos de salud mental en nuestro país.
No ha pasado un año desde el fatal incendio ocurrido en un hogar protegido en San Felipe, donde murieron seis pacientes dados de alta del Hospital de Putaendo que estaban en proceso de reinserción social. En tanto, cientos de personas siguen deambulando con sus familiares, buscando –sin éxito– alguna cama de hospitalización frente a crisis suicidas o de agresividad por trastornos de salud mental. Para qué hablar de la falta de horas disponibles para ingresar e, incluso, hacer seguimiento de pacientes que ya se encuentran en tratamiento.
Esta realidad está en gran parte causada por la falta de financiamiento de la salud mental, que hemos denunciado en repetidas oportunidades, haciendo eco de los lineamientos de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La Ley 21.331 del reconocimiento y protección de los derechos de las personas en la atención de Salud Mental, promulgada en abril de 2021, garantiza “la equidad en el acceso, continuidad y oportunidad de las prestaciones de salud mental, otorgándoles el mismo trato que a las prestaciones de salud física (…) y no sufrir discriminación por su condición en cuanto a prestaciones o coberturas de salud”. Lamentablemente, vemos que estos derechos están muy lejos de ser realidad.
El reciente anuncio de la ministra de Salud –señalado también en el programa del Presidente Gabriel Boric–, que compromete aumentar el presupuesto de salud mental hasta alcanzar un 6% del presupuesto de salud al finalizar este Gobierno, podría considerarse como una luz al final del túnel para revertir la desmejorada infraestructura y capacidad instalada para la atención de salud mental de nuestra población.
Consideramos que las personas merecen conocer una hoja de ruta clara y que resguarde un sistema que desarrolle equilibradamente los tres niveles de atención y la prevención. El trabajo conjunto entre organizaciones de pacientes, profesionales, sociedades científicas y académicas y el Gobierno es una gran oportunidad para superar esta crisis.
(*) Adhieren:
Flavia Alvares, presidenta Círculo Polar
Hilda Cerda Espíndola, presidenta CORFADICH
Juan Pablo Jiménez, Investigador MIDAP
Vania Martínez, Directora Núcleo Milenio IMHAY
Javier Pinto, secretario general de Asociación Psicoanalítica Chilena, APCH
Nadia Ramos, presidenta Asociación Chilena de Estrés Traumático
Pablo Salinas Torres, director del Departamento de Psiquiatría Oriente, Universidad de Chile
Álvaro Wolfenson, GDT de Enfermedades del Ánimo SONEPSYN
Atahualpa Granda, Sociedad Chilena de Salud Mental
Mario Valdivia, Sociedad de Psiquiatría y Neurología de la Infancia y Adolescencia, SOPNIA
Rogelio Isla, UPD Instituto Psiquiátrico “Dr. José Horwitz Barak”. Universidad de Chile
Un equipo de la Facultad de Medicina y del Núcleo Milenio Imhay creó un algoritmo en base a la identificación de biomarcadores en el relato hablado tanto de personas que cursaron su primer episodio de psicosis, como de pacientes crónicos con esta enfermedad, demostrando que tienen el potencial de ser utilizados como herramienta de diagnóstico psiquiátrico.
El estudio fue liderado por la lingüista, profesora del Departamento de Psiquiatría Sur e investigadora adjunta de Imhay, Dra. Alicia Figueroa-Barra
Un equipo de académicos de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, liderado por la lingüista y profesora del Departamento de Psiquiatría Sur e investigadora adjunta de Imhay, Alicia Figueroa-Barra, creó un innovador algoritmo, el cual, mediante la identificación de biomarcadores en el relato hablado, busca predecir probabilidad de desarrollar esquizofrenia; iniciativa plasmada en el artículo “Automatic language analysis identifies and predicts schizophrenia in first-episode of psychosis”, publicado el 1 de junio de 2022 en Nature Schizophrenia, una de las revistas de mayor relevancia en el área.
El trabajo recoge el análisis de 133 entrevistas abiertas que se realizaron tanto a personas sanas como a individuos que tuvieron su primer episodio de psicosis y a pacientes ya diagnosticados con esquizofrenia. Para eso, las y los investigadores transcribieron de forma manual todas las entrevistas clínicas y de tipo fenomenológico “para hacer un pre procesamiento con el fin de extraer algunas palabras que ‘generan ruido en el modelo’”; el cual contaba con una versión previa basada en la tesis doctoral de la académica.
Desde hace unos diez años, explica la también postdoctorada del Instituto de Neurociencia Biomédica e investigadora del Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes (Imhay), se está incorporando el lenguaje como parte de la evaluación clínica del paciente psiquiátrico, «no solamente como la dimensión comunicativa del sujeto, sino como parte de sus síntomas». En ese sentido, como destaca la profesora Figueroa-Barra, este trabajo es relevante «no sólo porque está en línea con lo último que se está investigando en psiquiatría en muchos lugares en el mundo, sino que también es el primero que se hace con hispanohablantes«. El modelo, además está ajustado no solo al castellano, sino también a nuestra variable dialectal, es decir, al español de Chile.
En cuanto a la creación del algoritmo para el análisis automático, otro de los participantes es el profesor Mauricio Cerda, ingeniero en computación y especialista en procesamiento de señales e imágenes. El experto, en declaraciones que comparte la U. de Chile en su sitio oficial, explica que una medición «manual» de la información «tiene mucha variabilidad», por lo cual «vimos cómo sistematizar las diferencias entre los grupos estudiados –sanos, primer episodio y crónicos–, para ver si son estadísticamente significativas y ahí probamos una serie de variables”.
Las variables estudiadas por el equipo fueron agrupadas en tres ámbitos: fluidez verbal, productividad verbal y coherencia semántica. La primera, apunta a la continuidad discursiva e incluye elementos como pausas y vacilaciones; y es que los silencios generalmente se reconocen como parte de trastornos formales del pensamiento en el examen del estado mental, “en particular si duran más de dos segundos y la frecuencia de aparición por unidad de tiempo”, explica el profesor Cerda.
En tanto, la productividad verbal se refiere a la capacidad de pronunciar una serie de palabras y oraciones, tales como el número total de palabras y diferentes palabras por oración, longitud promedio de palabra y determinante o recuento de pronombres. En pacientes con esquizofrenia se considera una característica inherente una productividad verbal baja o pobreza de expresión.
La coherencia semántica consiste en la organización lógica de significado en el discurso a través de estructuras lingüísticas interrelacionadas. Por ejemplo, “las personas con esquizofrenia cambian de tema de conversación abruptamente; pasan de responder lo que se les pregunta a hablarte de su perro o de cualquier otra cosa, sin que haya una continuidad entre medio”, dice el profesor Cerda. Además, “el uso erróneo y laxo de palabras o expresiones afecta la concordancia y comprensión del habla, por lo que el oyente tiene que hacer un esfuerzo para entender”, agrega la profesora Figueroa.
De esta forma, más que analizar palabras específicas, estudiaron un conglomerado de rasgos de importancia. Así, hicieron estimaciones de qué tan denso es el vocabulario dependiendo de la cantidad de veces que se repite una palabra en determinado contexto o tiempo.
Como detalla el profesor Cerda, en los tres niveles hay características que son más importantes que otras, «porque en una persona con esquizofrenia lo que está alterado es la estructura de pensamiento, que se refleja de diferentes maneras. Pero en cuanto hacer posible predecir si es que una persona con primer episodio psicótico va a derivar en esquizofrenia, la coherencia es un factor mucho más significativo que otros».
Al tener las características definidas, detalla Cerda, «entrenamos un algoritmo de clasificación automático con un primer subconjunto de entrevistas y después medimos la exactitud en un subconjunto distinto de entrevistas. Este algoritmo también nos informa qué variables son más relevantes en la predicción. Concretamente es un grupo de árboles de decisiones, en donde la coherencia es la característica que está más arriba en ese árbol”.
En un análisis longitudinal y para predecir qué pacientes con primer episodio psicótico se convertirían o no en pacientes con esquizofrenia, los investigadores compararon los resultados de aplicar el análisis del lenguaje respecto de estudiar a los mismos grupos sólo en base a datos demográficos o sus respuestas en pruebas PANSS –escala de los síndromes positivo y negativo, uno de los instrumentos más utilizados por especialistas para valorar la sintomatología de los pacientes con esquizofrenia– o a todos estos factores combinados entre sí.
“Usando solo información demográfica del paciente, los resultados fueron malos: 43,33% de exactitud; pero mejoraron al cruzarlo con la información del PANSS, llegando a 65,83%. La información de PANSS, por sí sola, permitió una precisión de exactitud del 67,5%; curiosamente, la extraída del análisis del lenguaje proporcionó un 75,83% de exactitud. Y cuando toda la información se combinó y se seleccionaron las diez características principales en el análisis del lenguaje, se logró una exactitud de 77.5% para predecir si un paciente con primer episodio llegaría a un diagnóstico confirmado de esquizofrenia”, explica el profesor Cerda.
En este punto, la profesora Figueroa-Barra hace énfasis en que este método de análisis automatizado del lenguaje no apunta a reemplazar otras herramientas diagnósticas y exámenes, sino que a complementarlos. “Es interesante porque hay una intuición en general por parte de los psiquiatras de que hay elementos llamativos en el paciente a partir de su discurso. Este algoritmo sistematiza información preeminente que no es posible de ser analizada a simple vista y mucho menos en el dinamismo de un intercambio clínico; viene a corroborar las sospechas y a poner en alerta, a partir de información concreta, medible y cuantificable. Eso tiene gran importancia, porque es la evolución de esta subjetividad que tiene la entrevista clínica, que depende del criterio del médico”.
Por ello, los investigadores señalan que como la esquizofrenia comienza sus manifestaciones clínicas en la adolescencia, “la intervención temprana cobra aún más valor». Además, dada la carencia de especialistas de salud mental en todo Chile y más aún en zonas remotas, «si hubiese la posibilidad de desarrollar una herramienta simple, como una aplicación de celular basada en estos avances (…) sería un salto cuántico porque mostramos que el análisis del lenguaje tiene el potencial de ser utilizado como herramienta de detección de diagnóstico psiquiátrico. Gracias al análisis del lenguaje, y a partir de una conversación, se ahorra un montón de intervenciones costosas para el paciente, en lo emocional y económico».
También formaron parte del equipo de trabajo Manuel Durán y Camila Valderrama, del CIMT; y el doctor Pablo Gaspar, de la Clínica Psiquiátrica Universitaria, de Psiquislab y del Departamento de Neurociencia. Además, contó con la colaboración de expertos de otras entidades nacionales y trasandinas.
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