Álvaro Jiménez: Salud mental durante la triple crisis social, económica y sanitaria

PorImhay

Álvaro Jiménez: Salud mental durante la triple crisis social, económica y sanitaria

El académico de la Escuela de Psicología de la Universidad Diego Portales e investigador Imhay, indicó que la investigación en salud mental es desafiante en varios sentidos, ya que se trata de problemas que son por su naturaleza misma hipercomplejos, en el sentido de que participan simultáneamente diversos factores y distintos niveles: biológicos, psicológicos, familiares, macrosociales, entre otros.

«Durante los primeros meses de pandemia distintos organismos internacionales, como la misma OMS y varias proyecciones epidemiológicas sostuvieron que se produciría un aumento en las tasas de suicidio. Sin embargo, en gran parte de los países de ingreso alto y medio-alto el número de suicidios se mantuvo estable o incluso disminuyó durante los primeros meses de pandemia», indica el investigador de Imhay.

Álvaro Jiménez es psicólogo y Doctor en Sociología de la Université de Paris. Además, posee un Magíster en Psicología Clínica por la Universidad de Chile. Dentro de sus temas de interés, se encuentra la teoría y clínica psicoanalítica, la salud mental de adolescentes y jóvenes, con especial énfasis en la depresión y el riesgo suicida, y los determinantes socioculturales de la salud mental.

Actualmente investigador del Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes (Imhay) y del Instituto Milenio MIDAP. Entre sus últimos proyectos se encuentran investigaciones sobre la salud mental de estudiantes universitarios, un estudio sobre suicidios durante la pandemia y un artículo recientemente publicado en la revista PLoS ONE sobre malestar psicológico durante la pandemia (“Psychological distress during the COVID-19 epidemic in Chile: The role of economic uncertainty”).

¿Cuáles son los principales resultados del estudio sobre incertidumbre económica y salud mental en el contexto de pandemia en Chile? 

Estudios previos sobre los efectos sociales y subjetivos de las crisis económicas y sanitarias mostraban que éstas podrían tener un impacto negativo sobre la salud mental de las personas. Por ejemplo, la inseguridad económica que acompañó a la crisis financiera de 2008 tuvo un efecto significativo sobre la salud mental en gran parte del mundo desarrollado. Los resultados de nuestro estudio realizado en Chile durante la pandemia muestran que ser mujer, sentirse solo y aislado, vivir en las zonas de Chile más afectadas por la pandemia y las cuarentenas, tener una expectativa de reducción de ingresos en el hogar por tener que dejar de trabajar como consecuencia de la pandemia, y tener antecedentes de diagnóstico de problemas de salud mental se asoció significativamente con una mayor carga de síntomas ansiosos y depresivos. En este sentido, el estudio viene a subrayar que la sintomatología ansiosa y depresiva se asoció a una experiencia de vulnerabilidad social y económica compartida por una gran cantidad de chilenos.

«La disrupción de la vida social impuesta por las condiciones de pandemia y cuarentena, así como el estrés y la incertidumbre económica que afectó a los hogares de Chile durante los primeros meses de pandemia, tuvieron un impacto significativo sobre la salud mental», indica el académico de la Facultad de Psicología UDP.

¿Qué aspectos pudieron ser observados con la realización de este estudio?

Creo que hay que poner los resultados de este estudio en perspectiva. Durante los últimos años hemos sido testigos de una triple crisis social, sanitaria y económica. Esta superposición de crisis ha impactado profundamente sobre la vida de las personas. En particular, nuestro estudio muestra que la disrupción de la vida social impuesta por las condiciones de pandemia y cuarentena, así como el estrés y la incertidumbre económica que afectó a los hogares de Chile durante los primeros meses de pandemia, tuvieron un impacto significativo sobre la salud mental. Por otro lado, este estudio pone de manifiesto la necesidad de reforzar los programas para proteger el bienestar psicológico de las personas, pero también de lo necesario que fueron las políticas sociales para hacer frente a la incertidumbre económica durante los periodos más críticos de la pandemia. En este sentido, el estudio sugiere que las políticas de salud mental no pueden reducirse exclusivamente a los programas sanitarios, sino que se deben articularse también a las respuestas frente a la incertidumbre derivada de la inseguridad laboral, la construcción de redes de protección ante la pérdida de ingresos, el desempleo y el sobreendeudamiento, así como el fortalecimiento de la cohesión social.

Usted también ha estado investigando sobre lo que ha ocurrido con los suicidios en el contexto de pandemia. ¿Cuáles son los principales resultados de ese estudio?

Durante los primeros meses de pandemia distintos organismos internacionales, como la misma Organización Mundial de la Salud, y varias proyecciones epidemiológicas sostuvieron que se produciría un aumento en las tasas de suicidio. Sin embargo, en gran parte de los países de ingreso alto y medio-alto el número de suicidios se mantuvo estable o incluso disminuyó durante los primeros meses de pandemia. Esto es en cierta medida paradojal, dado que los problemas de salud mental han aumentado en el contexto de pandemia, en particular la ansiedad y la depresión, y estos problemas son factores de riesgo reconocidos del suicidio. Para tratar de entender esta paradoja, realizamos un estudio sobre el impacto de las cuarentenas en el suicidio en Chile. Nos enfocamos en las cuarentenas porque se trata de un factor específico a la pandemia.

Nuestro primer hallazgo fue que el número de suicidios en Chile disminuyó significativamente durante 2020. De hecho, tuvimos la tasa de suicidios más baja de las últimas dos décadas. Luego, al comparar comunas de todo Chile que estuvieron en cuarentena con aquellas que no lo estuvieron durante 2020, y al comparar los suicidios en esas mismas comunas durante el periodo pre-pandémico (2016 a 2019), encontramos que hubo una reducción de al menos un 13% en suicidios en comunas en cuarentena en comparación con comunas sin cuarentena. Puesto que utilizamos un diseño de investigación cuasi-experimental en base a datos poblacionales, podemos decir que las cuarentenas han sido una de las causas de la reducción del suicidio en Chile durante la pandemia.

Nuestra interpretación de este resultado es que las condiciones de cuarentena y contacto regular con personas cercanas podría haber actuado sobre los moderadores motivacionales del comportamiento suicida, y que las cuarentenas, es decir, el hecho de estar confinado con familiares o cercanos, representarían un factor disuasivo del suicidio. Por supuesto, esto no dice nada respecto a lo que podría ocurrir a mediano o largo plazo. De hecho, es altamente probable que volvamos a las tendencias pre-pandémicas, por lo que debemos mantener la vigilancia epidemiológica, fomentar la búsqueda de ayuda en personas que presenten problemas de salud mental y reforzar los programas preventivos, integrando lo que hemos aprendido bajo la condición pandémica.

¿En qué contexto de su trabajo profesional se enmarcan estas investigaciones sobre salud mental y pandemia? 

Estos estudios se inscriben en mi agenda de investigación en torno a los determinantes sociales, culturales y económicos de la salud mental. En este sentido, se trata de mostrar en qué medida la salud mental es un fenómeno relacional que está condicionado por factores sociales, económicos y políticos: contextos de pobreza y vulnerabilidad, desigualdades materiales y simbólicas, segregación territorial o déficits de cohesión social que impactan la vida cotidiana de las personas y comunidades.

Con respecto al artículo “No hay salud mental sin justicia social: desigualdades, determinantes sociales y salud mental en Chile”, ¿cómo busca aportar al desarrollo de otras investigaciones ligadas a desigualdades y salud mental?

Uno de los fenómenos que me interesa investigar es cómo las dimensiones materiales, simbólicas y subjetivas de la desigualdad impactan sobre la salud mental de las personas. Entiendo la salud mental en sentido amplio, no sólo como trastorno mental, sino como una manera de expresar el malestar o sufrimiento en las sociedades modernas. Las desigualdades producen distintas formas de malestar porque erosionan los vínculos sociales, aumentan la conflictividad e interfieren sobre la capacidad de las personas para llevar adelante sus proyectos de vida. En esta línea, mi agenda de investigación parte de una idea muy simple: los problemas de salud mental constituyen una de las formas en que literalmente se “encarna” la desigualdad. Gran parte de la literatura sobre salud mental y desigualdad se ha concentrado en el problema de la desigualdad de ingreso o las disparidades de género, lo que es natural, dado que se trata del tipo de desigualdades de las cuales hablamos en el debate público. Sin embargo, hay otras dimensiones de la desigualdad que han recibido menor atención, como las desigualdades en la interacción cotidiana, es decir, las desigualdades de trato, la experiencia de ser maltratado en dignidad y derechos, o las desigualdades socio-territoriales y en el uso del tiempo. De hecho, actualmente junto al economista Fabián Duarte de la Universidad de Chile y la socióloga Macarena Orchard de ICSO UDP estamos investigando este tipo de cuestiones desde la perspectiva del sufrimiento psíquico. Pero una concepción multidimensional de la desigualdad permite también problematizar la idea misma de determinantes sociales de la salud. Los problemas de salud mental no implican simplemente un proceso patológico o biopsicosocial, sino que su experiencia se compone tanto de biografías individuales como de ideales, valores y relatos colectivos. De ahí viene otra idea que inspira mi agenda de investigación: el sufrimiento psíquico no está simplemente determinado por lo social, sino que es en sí mismo social. Esto me distancia de perspectivas en salud pública más tradicionales. Por cierto, no es fácil traducir esto en proyectos de investigación. En el mediano plazo espero desarrollar enfoques basados en métodos mixtos, combinando encuestas longitudinales con estudios etnográficos, modelos estadísticos con el uso de historias de vida. Se trata del tipo de estudios que necesitamos para seguir avanzando y comprender las intersecciones entre distintas dimensiones y niveles de la desigualdad.

Durante 2020 participó en la realización de una encuesta a jóvenes universitarios donde se abordó el modo en que se vio afectada su salud mental durante los primeros meses de la pandemia. ¿Qué insumos se pudieron generar a partir de este proyecto?

Esa encuesta es parte del Estudio Longitudinal de Salud Mental de Estudiantes Universitarios (ELSAM), un estudio que lleva adelante en Chile el Núcleo Milenio Imhay y que es parte de una iniciativa internacional más amplia, liderada por la OMS y la Universidad de Harvard. En ese estudio estamos siguiendo a dos cohortes de estudiantes desde que ingresan a la universidad hasta su egreso, lo que nos permitirá observar cómo distintas dimensiones de la vida universitaria se asocian con el bienestar o malestar psicológico de los y las estudiantes. Por un lado, este estudio permitirá contar con información valiosa para desarrollar diagnósticos más precisos sobre la salud mental de los jóvenes universitarios; por ejemplo, ya contamos con información respecto a cómo el bienestar de los estudiantes se ha visto afectado por las condiciones de pandemia y educación a distancia. Por otro lado, este estudio busca desarrollar y evaluar intervenciones promocionales y preventivas, programas que nos permitan acompañar a los estudiantes durante su carrera. Por ejemplo, hemos desarrollado una aplicación para celulares llamada “Cuida tu ánimo”, la cual tiene fines psicoeducativos, monitorea síntomas y entrega algunas herramientas básicas para cuidar la salud mental. En esta misma línea, actualmente participo en una mesa técnica de salud mental convocada por los Ministerios de Salud y de Educación, cuyo objetivo es elaborar una guía de promoción y prevención en salud mental de estudiantes de la educación superior, con un fuerte énfasis en la prevención del suicidio. Avanzar en esta línea es una demanda de los mismos estudiantes que se ha manifestado con fuerza durante los últimos años.

¿Cuáles son los principales desafíos que posee la academia en torno a la investigación de estos temas?

La investigación en salud mental es desafiante en varios sentidos. En primer lugar, se trata de problemas que son por su naturaleza misma hipercomplejos, en el sentido de que participan simultáneamente diversos factores y distintos niveles: biológicos, psicológicos, familiares, macrosociales, etc. Supone además una serie de consideraciones éticas. Por ejemplo, una de mis líneas de investigación aborda las autolesiones y el riesgo suicida en adolescentes y jóvenes, un grupo particularmente vulnerable, lo que supone anticipar potenciales riesgos ante los cuales hay que dar respuesta durante el proceso de investigación. Creo que durante los últimos años hemos avanzado bastante en el desarrollo de investigación interdisciplinaria, pero aún queda mucho por avanzar en términos transdisciplinarios. La transdisciplina, considerada de manera seria y rigurosa, es extremadamente desafiante y compleja, porque implica que personas que no son parte de la academia, como los usuarios de servicios de salud mental o las personas que podríamos denominar “expertos por experiencia”, se involucren activamente en el proceso de investigación. Creo que en Chile aún no hemos logrado hacer ese tipo de investigación de manera sistemática, más allá de las buenas intenciones que todos podamos manifestar. Por otro lado, además de cuestiones presupuestarias transversales, en esta área tenemos el mismo desafío que en todo campo de investigación: cómo traducir nuestros hallazgos en programas de mayor escala o en políticas públicas. Creo que poco a poco se han dado las condiciones políticas e institucionales para que esto sea posible, pero todavía de manera muy tímida. Confío en que en el próximo gobierno la salud mental se transformará en un tema prioritario y la política pública conversará fluidamente con la academia.

¿Cómo proyecta sus siguientes investigaciones? ¿Está trabajando en algún otro proyecto actualmente?

Actualmente estoy trabajando en varios frentes. En términos de investigación teórica, junto a mi colega Gabriel Abarca estamos terminando de editar un libro en el que participan investigadores de distintas partes del mundo y que aborda a las neurociencias desde una perspectiva histórica, epistemológica y socioantropológica. El libro contribuirá a la discusión crítica en torno a la visión neurocéntrica de la subjetividad y la vida social, por ejemplo, respecto a cómo se hizo pensable la idea de que los humanos somos esencialmente nuestros cerebros. Este libro saldrá publicado en 2022 por Ediciones UDP. Por otro lado, estoy liderando un proyecto FONDECYT cuyo objetivo es desarrollar y evaluar un programa de prevención del riesgo suicida en estudiantes universitarios mediante el uso de tecnología digital. Respecto a las dimensiones socioculturales de la salud mental, a partir de datos del Estudio Longitudinal Social de Chile (ELSOC) de COES, estamos tratando de evaluar el impacto del estallido social y del aumento de la conflictividad social en Chile sobre la salud mental de la población. Finalmente, en mi horizonte hay una pregunta que espero podamos responder durante los próximos años: ¿qué factores permiten entender la alta prevalencia de depresión entre las mujeres chilenas? ¿Y qué podemos hacer para cambiar esta situación?

Fuente: Facultad de Psicología UDP

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