Tareas para los padres: cinco claves para apoyar a los niños en el retorno a clases presenciales

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Tareas para los padres: cinco claves para apoyar a los niños en el retorno a clases presenciales

La contención de los adultos es clave para que esta experiencia sea exitosa. Enseñarles a identificar sus sentimientos, crear una rutina que les dé seguridad y preguntarles sobre su día en el colegio son algunas recomendaciones.

Carolina Iturra, psicóloga y doctora en psicología de la educación de la Universidad de Salamanca, España. Es profesora asociada de la Facultad de Psicología de la Universidad de Talca.

Entrevistada por El Mercurio, nuestra investigadora principal y académica de la Facultad de Psicología de la Universidad de Talca , Dra. Carolina Iturra, señala que “claramente la vuelta a clases genera en muchas familias ciertos temores asociados a contagios. Sin embargo, algo que ha develado la pandemia en los contextos educativos, sobre todo en los alumnos más pequeños, ha sido la necesidad de reencontrarse cara a cara y eso es algo que debemos rescatar, valorar y cuidar”.

Y agrega que es fundamental que “los adultos puedan crear ambientes acogedores en el hogar, como, por ejemplo, preguntarles a los escolares sobre la experiencia de volver, explorar los sentimientos que implica para los niños, niñas y adolescentes volver a la presencialidad, conversar sobre sus temores y expectativas. Además, es necesario estar atentos a algunas señales que pudieran indicar la presencia de dificultades emocionales en la adaptación al colegio: niños más irritables, cambios de humor, de apetito o de patrones de sueño. Frente a cualquiera de estos cambios, es necesario acercarse a ellos para averiguar qué podría estar pasando y tratar de resolverlo antes de que pudiera complejizarse más. Recordemos que tanto los reportes nacionales como internacionales han concluido que los problemas en la salud mental de la población se han acrecentado tras la pandemia, elevando el número de cuadros depresivos y ansiosos”.

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Opinión: Ciencia en la voz de mujeres

¿Sabías que el derecho a la ciencia es un derecho humano? Pues así lo consigna la Unesco, que señala que “la ciencia es patrimonio de la humanidad y el acceso a ella se basa en la pertenencia al género humano. Es un bien universal, no estatal. Supone una comunidad y la cooperación internacional es el vehículo para asegurar el derecho”.

A reconocerlo como tal podría haber ayudado el hecho de que, tras dos años sometidos a la pandemia del Covid-19, el rol de la ciencia ha pasado a ser protagónico. Así lo señala el periodista José Plaza en su columna ¿Está cambiando la pandemia la ciencia y la manera de comunicarla?: “La investigación científica no sólo se ha multiplicado, también se ha acelerado, más necesidades, más urgencia, más financiación y más apoyo político han ayudado a que la ciencia pueda ‘correr’ más de lo normal”. Sin embargo, este apoyo no ha sido igual para todos/as puesto que las mujeres se han visto perjudicadas en esta pandemia, representando tan solo el 34 % de la autoría en artículos científicos según la investigación del Instituto George para la Salud Global de la Universidad de Oxford.

Si bien la escritura de artículos es una forma de compartir la ciencia en la que las mujeres se han visto diferencialmente afectadas también hemos visto que, durante estos dos años de clases, reuniones y congresos virtuales, las redes sociales se han apoderado de la atención de auditores/as ávidos de información. De esta forma, la difusión científica ha encontrado un escenario masivo y a bajo costo mostrando que, en Latinoamérica la divulgación tiene cara de mujer. Asistimos a una  cantidad de divulgadoras, son mayoría y han logrado posicionarse como grandes referentes.

Valentina Muñoz Radal, presidenta de la Asociación de Mujeres Jóvenes por las Ideas (Amuji) en un post de su Instagram @chica_rosadita, explica muy bien el rol de los divulgadores científicos/as señalando que es “democratizar el conocimiento de ciencia y tecnología explicándolo de manera simplificada para el resto de la población, apropiarse de los medios digitales para informar de manera gratuita es revolucionario. Las mujeres somos el mayor grupo no alfabetizado digitalmente del mundo así que tener divulgadoras científicas es un triunfo para todas”.

En Chile existe una comunidad de científicas acercando la ciencia a las personas. La iniciativa “Científica tu Casa” impulsada por la Dirección de Investigación de la Pontificia Universidad Católica, realizó un ciclo de cinco conversatorios que abordaron  el trabajo de 16 científicas, representantes de 25 organizaciones de Chile y el mundo, con una intensa actividad en redes sociales y expertas en temáticas relacionadas con la astronomía, matemáticas e ilustración, entre otras. Por otro lado, en Instagram es posible encontrar la plataforma @cientificamente_mujeres que va en la línea antes mencionada, visibilizando el trabajo que realizan las científicas en nuestro país. La consigna “No puedes ser lo que no ves” ha sido su brújula puesto que, entre más mujeres vemos en todos los espacios, más modelos de rol encontramos.

Las redes sociales como escenario para la difusión científica tienen grandes ventajas. Nos ha permitido generar un puente entre el mundo científico y la sociedad, además de la colaboración entre investigadores. Si a ello se suma la existencia de fondos públicos como el Concurso Nacional Ciencia Pública, ello va permitiendo la  generación y difusión del conocimiento local.

Definitivamente que la ciencia esté en la voz de mujeres es un avance. Nos ayuda a comprender y encontrar nuevas soluciones a los problemas que, como sociedad, enfrentamos.

Rocío Mayol Troncoso
Psicóloga
Doctora en Ciencias Biomédicas
Fundadora de @Cientificamente_Mujeres
Experta Hay Mujeres
Investigadora Joven Imhay

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Seminario “Salud mental infanto-juvenil en Chile durante el COVID-19”

El Seminario “Salud mental infanto-juvenil en Chile durante el COVID-19” se realizó en el marco del proyecto “Identificando los efectos de la pandemia por COVID-19 en la salud mental de la población adolescente de Chile”, financiado por ANID a través del Concurso de Asignación Rápida de Recursos para Proyectos de Investigación sobre el COVID-19”. Esta iniciativa es una colaboración entre la Universidad Adolfo Ibáñez y la Fundación Todo Mejora, con la participación de la Facultad de Ingeniería y Ciencias, el GobLab de la Escuela de Gobierno y la Escuela de Psicología. Concurso Asignación Rápida ANID – COVID1006.

En la oportunidad, se dieron a conocer los resultados/productos de este proyecto, el que fue comentado por la directora de Imhay, Dra. Vania Martínez, y la jefa del Departamento de Salud Mental del Minsal, Dra. Cynthia Zavala.

Descarga el «Manual de lineamientos para Intervenciones Psicológicas por Chat en contexto de crisis a raíz de la COVID-19» AQUÍ

Descarga el documento «Salud mental infanto-juvenil en Chile durante el COVID-19: Recomendaciones de política pública» AQUÍ

Ve el video del seminario a continuación:

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La violencia en la infancia aumenta el riesgo de conducta suicida juvenil

Las personas que han sido víctimas de cualquier tipo de violencia interpersonal durante la niñez o adolescencia tienen hasta dos veces mayor riesgo de realizar intentos de suicidio cuando son jóvenes o adultos jóvenes. Sin embargo, y aunque las experiencias de victimización se consideran factores que precipitan el desarrollo de conducta suicida, no todos los jóvenes que han sido víctimas manifiestan esta conducta. Sobre este tema nuestra investigadora colaboradora, Elizabeth Suárez, escribió para el sitio theconversation.com

«Los niños y jóvenes que han sufrido violencia interpersonal deberían ser especialmente considerados en los programas de prevención del suicidio, donde profesionales especializados pueden desempeñar un papel fundamental en la identificación y acompañamiento de las víctimas», indica la doctora en Psicología e Investigadora Colaboradora de Imhay, Elizabeth Suárez.

Hay conversaciones que salvan vidas. Lo sé porque, además de investigadora de la conducta suicida, colaboro como psicóloga y orientadora en el Teléfono de Prevención del Suicidio de Cataluña.

En unas de las llamadas más angustiosas y difíciles que recuerdo del último año había un joven con la voz temblorosa al otro lado. Había subido al terrado de su piso y me decía que no quería vivir más, que se sentía muy cansado, que en realidad no sabía cómo había llegado hasta allí. No sé cuanto tiempo transcurrió, probablemente más de una hora. Hubo largos silencios en esa llamada. Pero lo importante es que, al terminar la conversación, su voz había cambiado, estaba más serena. Y se mostró muy agradecido por haber sido escuchado.

Desde el momento en que cogemos una llamada en el teléfono de prevención del suicidio, tenemos una prioridad clara: aguantar la llamada el mayor tiempo posible. Es importante realizar una evaluación de la situación que vive la persona e intentar guiarle hacia un cambio de perspectiva, conseguir que la persona no cuelgue hasta estar seguros de que no va a quitarse la vida.

En este sentido, la reconocida psiquiatra Carmen Tejedor demostró que el tiempo que trascurre entre que una persona piensa en darse muerte y el momento en que actúa pasan por término medio 90 minutos. Si la persona supera este tiempo, se genera suficiente ambivalencia y dudas para que descarte el acto suicida (de momento). Por lo tanto, esos 90 minutos son vitales. De ahí que al teléfono no haya límite de tiempo ante una llamada de estas características.

Un suicidio cada 40 segundos

Cada año, aproximadamente un millón de personas fallece en el mundo por suicidio, lo cual supone aproximadamente una muerte cada 40 segundos.

No obstante, la relevancia del suicidio como problema de salud global se aprecia más claramente si se analizan los datos epidemiológicos de los diferentes grupos de edad por separado. De esta manera, el suicidio a nivel mundial se encuentra entre las tres primeras causas de muerte en el grupo de edad comprendido entre los 15 y los 44 años, pasando a ser la segunda causa de muerte entre los 10 y los 24 años de edad.

Es más, si se tuvieran en cuenta también los intentos de suicidio, las cifras de incidencia serían todavía mayores (entre 10 y 20 veces por cada suicidio)

Ante estas cifras, se entiende que el suicidio juvenil haya sido reconocido a nivel mundial como un problema sociosanitario grave, tanto por el número elevado de casos como por el impacto que provoca en los propios afectados, en sus familiares y en la sociedad en general.

Buscando las causas

Al sistema sanitario solo llega la «punta del iceberg» de los comportamientos suicidas. El resto se mantienen ocultos, lo que hace sospechar que nos enfrentamos a una clara infraestimación de este fenómeno.

Dada su gravedad, muchos investigadores han intentado explorar los factores relacionados con la conducta suicida. En un destacado metanálisis que incluyó 37 estudios, encontraron que aquellos que habían vivido cuatro o más eventos adversos en la infancia (incluyendo maltrato infantil y abuso sexual) tenían hasta siete veces más riesgo de desarrollar problemas sociales, mentales y físicos (incluyendo suicidio), comparados con aquellos que no habían experimentado ningún evento adverso en su infancia.

Violencia interpersonal y conducta suicida

La violencia interpersonal es un grave problema de salud pública y social, que ocasiona un malestar significativo en los niños y jóvenes, generando además elevados costes a nivel económico y social. Así lo reconoce la Organización Mundial de la Salud .

A ese respecto, un destacado estudio demostró que las personas que han sido víctimas de cualquier tipo de violencia interpersonal durante la niñez o adolescencia tienen hasta dos veces mayor riesgo de realizar intentos de suicidio cuando son jóvenes o adultos jóvenes. Y este riesgo casi se cuadruplica cuando el abuso ha sido de tipo sexual

Otras investigaciones sugieren que algunas características específicas del abuso sexual aumentan el riesgo de conducta suicida. Concretamente los casos de abuso sexual que involucran contacto y penetración. Pero también los casos de abuso sexual intrafamiliar, en los que el niño o niña es agredido por alguien en quien confía, su cuidador o una figura de apego. Se cree que esto puede sacudir el sentido básico de confianza que los niños tienen hacia sí mismos y hacia el mundo, desalentándolos en la búsqueda de ayuda y favoreciendo el desarrollo de problemas emocionales o psicológicos que pueden conducir a la conducta suicida

La literatura existente también ha destacado el papel que tiene el acoso escolar en la conducta suicida juvenil. La victimización entre pares se ha convertido recientemente en un tema de preocupación pública debido a los informes alarmantes de los medios de comunicación sobre la muerte por suicidio en jóvenes. Al respecto, diversos estudios indican que las víctimas de esta forma de violencia tienden a reportar mayor soledad, mayor absentismo escolar, mayor ideación suicida, baja autoestima y niveles de depresión más elevados que sus pares no víctimas.

Sin embargo, y aunque las experiencias de victimización se consideran factores que precipitan el desarrollo de conducta suicida, no todos los jóvenes que han sido víctimas manifiestan esta conducta. Esta diferencia puede atribuirse a otros factores personales o contextuales, como por ejemplo el apoyo social o la relación positiva con la familia, que pueden desempeñar un papel protector y ayudar a superar situaciones adversas, un concepto conocido comúnmente como resiliencia.

A la vista de estos datos, los niños y jóvenes que han sufrido violencia interpersonal deberían ser especialmente considerados en los programas de prevención del suicidio, donde profesionales especializados pueden desempeñar un papel fundamental en la identificación y acompañamiento de las víctimas.

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Dra. Vania Martínez participó en la elaboración de guía de la OMS sobre mejores prácticas en teleconsulta para población infanto juvenil y sus cuidadores

La directora del Núcleo Milenio Imhay y académica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, formó parte del grupo asesor de expertos internacionales para la elaboración de una guía práctica sobre la planificación, configuración y realización de teleconsultas con bebés, niños, adolescentes y sus familias o cuidadores.

Desde Chile y como única representante de América Latina, la Dra. Vania Martínez, académica de CEMERA de la Facultad de Medicina y directora del Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes (Imhay), fue invitada a participar de este proyecto por la investigadora Cristina de Nicolás Izquierdo, del Murdoch Children´s Research Institute, para que, en conjunto con la Universidad de Melbourne y a solicitud de la Organización Mundial de la Salud (OMS), pudieran revisar la literatura existente sobre uso de telesalud con adolescentes a nivel mundial y elaborar una guía práctica liderada por la Dra. Susan Sawyer.

Las teleconsultas son cada vez más recurrentes como parte de la atención médica mundial, sobre todo en el contexto de la pandemia por COVID-19. Sin embargo, existen pocos recursos para guiar mejores prácticas para su uso en población infanto juvenil.

En este contexto, nace la guía práctica titulada How to plan and conduct telehealth consultations with children and adolescents and their families«, la que tiene como objetivo otorgar orientación práctica a los diversos profesionales de la salud en la planificación, configuración y realización de teleconsultas con bebés, niños, adolescentes y sus familias o cuidadores. Además, este documento práctico puede ser empleado como insumo de consulta para formuladores de políticas sanitarias y quienes administran establecimientos de salud, ya que otorga antecedentes sobre las oportunidades y desafíos que implica la teleconsulta, con el fin de fomentar y/o fortalecer este tipo de atención remota.

Colaboración internacional

Desde el 2020 los diversos profesionales de diferentes partes del mundo estuvieron reuniéndose de manera remota para trabajar en la elaboración de esta guía. La Dra. Martínez menciona que “existían varias instancias de participación y yo estuve en el grupo consultivo. Ahí participamos 12 personas en total, la mayoría de Australia, personas de India, una persona de Indonesia, otra de Estados Unidos y yo de Chile”.

“La guía tiene elementos bastante prácticos y está redactada en un lenguaje sencillo. Está dirigida a profesionales de salud en general, aquellos profesionales que tienen que proveer atención para niños, niñas y  adolescentes en distintos escenarios como la atención primaria, en la comunidad u hospitales”, agrega. 

Este documento pretende ser relevante tanto en países donde ya se utiliza la teleconsulta como en países en los que se están fortaleciendo los sistemas de teleconsulta. Describe diversos factores clínicos y no clínicos para decidir cuándo es apropiada una teleconsulta, fomenta un mayor uso y consistencia de esta práctica.

Accede a la publicación en:  https://www.who.int/publications/i/item/9789240038073

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Qué es mejor: ¿pasarle a un hijo un smartphone a los 7 o a los 13 años?

En entrevista con el diario Las Últimas Noticias, el investigador y psiquiatra Imhay y académico de la Universidad de Los Andes, Dr. Jorge Gaete, respondió a esta pregunta.

El Dr. Gaete, quien además lidera el estudio “Uso de la tecnología y su asociación con el rendimiento académico y la satisfacción con la vida entre niños y adolescentes”, que se aplicó a 2440 niños de 9 a 12 años que pertenecen a 13 escuelas del país, señala al medio que la investigación arrojó que los menores que estaban expuestos a aparatos tecnológicos como celulares, tenían “menos horas de sueño y baja en el rendimiento académico”.

Y agregó que “diversos estudios indican que lo ideal es retrasar la exposición de tecnologías en niños y adolescentes. Hay una extensa experiencia científica que muestra los problemas cognitivos y de concentración que generan lo dispositivos en los menores. Yo creo que desde los 14 años en adelante es una edad prudente para el uso tanto del celular como de Apps”.

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Entrevista a Dr. Jorge Gaete en radio Universo sobre adicción al celular y videojuegos

En entrevista con el programa  «Vuelta en U» de radio Universo, el investigador de Imhay y académico de la Universidad de Los Andes, comentó que la adicción al uso de dispositivos electrónicos o videojuegos es un concepto relativamente nuevo y se puede manifestar en ansiedad, irritabilidad e incluso tristeza cuando se intenta reducir o detener el uso de ellos. 

En el espacio radial, el Dr. Gaete indicó que “previo a la pandemia había mucha preocupación sobre el uso exagerado o el uso de una forma descontrolada de algunos dispositivos, particularmente de los smartphones y de los videojuegos. Hubo mucha controversia sobre si estos efectivamente tendrían que tener un carácter diagnóstico de una patología que debiera ser tratada. Entonces, yo diría que aún falta evidencia, hay mucha controversia todavía en la comunidad científica en general para dar una u otra visión. Pero ya algunos manuales diagnósticos, ya sea de la Asociación Americana de Psiquiatría o de la Organización Mundial de la Salud están incorporando conceptos como la adicción a videojuegos”.

“En general el modelo que se ha utilizado para entender la adicción a dispositivos o videojuegos viene muy de la mano de lo que conocemos como la adicción a sustancias y, en ese sentido, se han tratado de incorporar  algunos criterios que son comunes en ambos tipos de patologías. Algunos de ellos son: el tener una preocupación excesiva por el uso del dispositivo, el que tiene que ver con anticiparte al poder usarlo, o al temor de quedar sin el uso del dispositivo. También puede aparecer ansiedad, irritabilidad e incluso tristeza cuando se intenta reducir o detener el uso de dispositivos o videojuegos. Entonces, cambios del humor vienen aparejados, de alguna forma, a este enganche con estos dispositivos”, comentó el psiquiatra.

Escucha la entrevista a continuación:

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Álvaro Jiménez: Salud mental durante la triple crisis social, económica y sanitaria

El académico de la Escuela de Psicología de la Universidad Diego Portales e investigador Imhay, indicó que la investigación en salud mental es desafiante en varios sentidos, ya que se trata de problemas que son por su naturaleza misma hipercomplejos, en el sentido de que participan simultáneamente diversos factores y distintos niveles: biológicos, psicológicos, familiares, macrosociales, entre otros.

«Durante los primeros meses de pandemia distintos organismos internacionales, como la misma OMS y varias proyecciones epidemiológicas sostuvieron que se produciría un aumento en las tasas de suicidio. Sin embargo, en gran parte de los países de ingreso alto y medio-alto el número de suicidios se mantuvo estable o incluso disminuyó durante los primeros meses de pandemia», indica el investigador de Imhay.

Álvaro Jiménez es psicólogo y Doctor en Sociología de la Université de Paris. Además, posee un Magíster en Psicología Clínica por la Universidad de Chile. Dentro de sus temas de interés, se encuentra la teoría y clínica psicoanalítica, la salud mental de adolescentes y jóvenes, con especial énfasis en la depresión y el riesgo suicida, y los determinantes socioculturales de la salud mental.

Actualmente investigador del Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes (Imhay) y del Instituto Milenio MIDAP. Entre sus últimos proyectos se encuentran investigaciones sobre la salud mental de estudiantes universitarios, un estudio sobre suicidios durante la pandemia y un artículo recientemente publicado en la revista PLoS ONE sobre malestar psicológico durante la pandemia (“Psychological distress during the COVID-19 epidemic in Chile: The role of economic uncertainty”).

¿Cuáles son los principales resultados del estudio sobre incertidumbre económica y salud mental en el contexto de pandemia en Chile? 

Estudios previos sobre los efectos sociales y subjetivos de las crisis económicas y sanitarias mostraban que éstas podrían tener un impacto negativo sobre la salud mental de las personas. Por ejemplo, la inseguridad económica que acompañó a la crisis financiera de 2008 tuvo un efecto significativo sobre la salud mental en gran parte del mundo desarrollado. Los resultados de nuestro estudio realizado en Chile durante la pandemia muestran que ser mujer, sentirse solo y aislado, vivir en las zonas de Chile más afectadas por la pandemia y las cuarentenas, tener una expectativa de reducción de ingresos en el hogar por tener que dejar de trabajar como consecuencia de la pandemia, y tener antecedentes de diagnóstico de problemas de salud mental se asoció significativamente con una mayor carga de síntomas ansiosos y depresivos. En este sentido, el estudio viene a subrayar que la sintomatología ansiosa y depresiva se asoció a una experiencia de vulnerabilidad social y económica compartida por una gran cantidad de chilenos.

«La disrupción de la vida social impuesta por las condiciones de pandemia y cuarentena, así como el estrés y la incertidumbre económica que afectó a los hogares de Chile durante los primeros meses de pandemia, tuvieron un impacto significativo sobre la salud mental», indica el académico de la Facultad de Psicología UDP.

¿Qué aspectos pudieron ser observados con la realización de este estudio?

Creo que hay que poner los resultados de este estudio en perspectiva. Durante los últimos años hemos sido testigos de una triple crisis social, sanitaria y económica. Esta superposición de crisis ha impactado profundamente sobre la vida de las personas. En particular, nuestro estudio muestra que la disrupción de la vida social impuesta por las condiciones de pandemia y cuarentena, así como el estrés y la incertidumbre económica que afectó a los hogares de Chile durante los primeros meses de pandemia, tuvieron un impacto significativo sobre la salud mental. Por otro lado, este estudio pone de manifiesto la necesidad de reforzar los programas para proteger el bienestar psicológico de las personas, pero también de lo necesario que fueron las políticas sociales para hacer frente a la incertidumbre económica durante los periodos más críticos de la pandemia. En este sentido, el estudio sugiere que las políticas de salud mental no pueden reducirse exclusivamente a los programas sanitarios, sino que se deben articularse también a las respuestas frente a la incertidumbre derivada de la inseguridad laboral, la construcción de redes de protección ante la pérdida de ingresos, el desempleo y el sobreendeudamiento, así como el fortalecimiento de la cohesión social.

Usted también ha estado investigando sobre lo que ha ocurrido con los suicidios en el contexto de pandemia. ¿Cuáles son los principales resultados de ese estudio?

Durante los primeros meses de pandemia distintos organismos internacionales, como la misma Organización Mundial de la Salud, y varias proyecciones epidemiológicas sostuvieron que se produciría un aumento en las tasas de suicidio. Sin embargo, en gran parte de los países de ingreso alto y medio-alto el número de suicidios se mantuvo estable o incluso disminuyó durante los primeros meses de pandemia. Esto es en cierta medida paradojal, dado que los problemas de salud mental han aumentado en el contexto de pandemia, en particular la ansiedad y la depresión, y estos problemas son factores de riesgo reconocidos del suicidio. Para tratar de entender esta paradoja, realizamos un estudio sobre el impacto de las cuarentenas en el suicidio en Chile. Nos enfocamos en las cuarentenas porque se trata de un factor específico a la pandemia.

Nuestro primer hallazgo fue que el número de suicidios en Chile disminuyó significativamente durante 2020. De hecho, tuvimos la tasa de suicidios más baja de las últimas dos décadas. Luego, al comparar comunas de todo Chile que estuvieron en cuarentena con aquellas que no lo estuvieron durante 2020, y al comparar los suicidios en esas mismas comunas durante el periodo pre-pandémico (2016 a 2019), encontramos que hubo una reducción de al menos un 13% en suicidios en comunas en cuarentena en comparación con comunas sin cuarentena. Puesto que utilizamos un diseño de investigación cuasi-experimental en base a datos poblacionales, podemos decir que las cuarentenas han sido una de las causas de la reducción del suicidio en Chile durante la pandemia.

Nuestra interpretación de este resultado es que las condiciones de cuarentena y contacto regular con personas cercanas podría haber actuado sobre los moderadores motivacionales del comportamiento suicida, y que las cuarentenas, es decir, el hecho de estar confinado con familiares o cercanos, representarían un factor disuasivo del suicidio. Por supuesto, esto no dice nada respecto a lo que podría ocurrir a mediano o largo plazo. De hecho, es altamente probable que volvamos a las tendencias pre-pandémicas, por lo que debemos mantener la vigilancia epidemiológica, fomentar la búsqueda de ayuda en personas que presenten problemas de salud mental y reforzar los programas preventivos, integrando lo que hemos aprendido bajo la condición pandémica.

¿En qué contexto de su trabajo profesional se enmarcan estas investigaciones sobre salud mental y pandemia? 

Estos estudios se inscriben en mi agenda de investigación en torno a los determinantes sociales, culturales y económicos de la salud mental. En este sentido, se trata de mostrar en qué medida la salud mental es un fenómeno relacional que está condicionado por factores sociales, económicos y políticos: contextos de pobreza y vulnerabilidad, desigualdades materiales y simbólicas, segregación territorial o déficits de cohesión social que impactan la vida cotidiana de las personas y comunidades.

Con respecto al artículo “No hay salud mental sin justicia social: desigualdades, determinantes sociales y salud mental en Chile”, ¿cómo busca aportar al desarrollo de otras investigaciones ligadas a desigualdades y salud mental?

Uno de los fenómenos que me interesa investigar es cómo las dimensiones materiales, simbólicas y subjetivas de la desigualdad impactan sobre la salud mental de las personas. Entiendo la salud mental en sentido amplio, no sólo como trastorno mental, sino como una manera de expresar el malestar o sufrimiento en las sociedades modernas. Las desigualdades producen distintas formas de malestar porque erosionan los vínculos sociales, aumentan la conflictividad e interfieren sobre la capacidad de las personas para llevar adelante sus proyectos de vida. En esta línea, mi agenda de investigación parte de una idea muy simple: los problemas de salud mental constituyen una de las formas en que literalmente se “encarna” la desigualdad. Gran parte de la literatura sobre salud mental y desigualdad se ha concentrado en el problema de la desigualdad de ingreso o las disparidades de género, lo que es natural, dado que se trata del tipo de desigualdades de las cuales hablamos en el debate público. Sin embargo, hay otras dimensiones de la desigualdad que han recibido menor atención, como las desigualdades en la interacción cotidiana, es decir, las desigualdades de trato, la experiencia de ser maltratado en dignidad y derechos, o las desigualdades socio-territoriales y en el uso del tiempo. De hecho, actualmente junto al economista Fabián Duarte de la Universidad de Chile y la socióloga Macarena Orchard de ICSO UDP estamos investigando este tipo de cuestiones desde la perspectiva del sufrimiento psíquico. Pero una concepción multidimensional de la desigualdad permite también problematizar la idea misma de determinantes sociales de la salud. Los problemas de salud mental no implican simplemente un proceso patológico o biopsicosocial, sino que su experiencia se compone tanto de biografías individuales como de ideales, valores y relatos colectivos. De ahí viene otra idea que inspira mi agenda de investigación: el sufrimiento psíquico no está simplemente determinado por lo social, sino que es en sí mismo social. Esto me distancia de perspectivas en salud pública más tradicionales. Por cierto, no es fácil traducir esto en proyectos de investigación. En el mediano plazo espero desarrollar enfoques basados en métodos mixtos, combinando encuestas longitudinales con estudios etnográficos, modelos estadísticos con el uso de historias de vida. Se trata del tipo de estudios que necesitamos para seguir avanzando y comprender las intersecciones entre distintas dimensiones y niveles de la desigualdad.

Durante 2020 participó en la realización de una encuesta a jóvenes universitarios donde se abordó el modo en que se vio afectada su salud mental durante los primeros meses de la pandemia. ¿Qué insumos se pudieron generar a partir de este proyecto?

Esa encuesta es parte del Estudio Longitudinal de Salud Mental de Estudiantes Universitarios (ELSAM), un estudio que lleva adelante en Chile el Núcleo Milenio Imhay y que es parte de una iniciativa internacional más amplia, liderada por la OMS y la Universidad de Harvard. En ese estudio estamos siguiendo a dos cohortes de estudiantes desde que ingresan a la universidad hasta su egreso, lo que nos permitirá observar cómo distintas dimensiones de la vida universitaria se asocian con el bienestar o malestar psicológico de los y las estudiantes. Por un lado, este estudio permitirá contar con información valiosa para desarrollar diagnósticos más precisos sobre la salud mental de los jóvenes universitarios; por ejemplo, ya contamos con información respecto a cómo el bienestar de los estudiantes se ha visto afectado por las condiciones de pandemia y educación a distancia. Por otro lado, este estudio busca desarrollar y evaluar intervenciones promocionales y preventivas, programas que nos permitan acompañar a los estudiantes durante su carrera. Por ejemplo, hemos desarrollado una aplicación para celulares llamada “Cuida tu ánimo”, la cual tiene fines psicoeducativos, monitorea síntomas y entrega algunas herramientas básicas para cuidar la salud mental. En esta misma línea, actualmente participo en una mesa técnica de salud mental convocada por los Ministerios de Salud y de Educación, cuyo objetivo es elaborar una guía de promoción y prevención en salud mental de estudiantes de la educación superior, con un fuerte énfasis en la prevención del suicidio. Avanzar en esta línea es una demanda de los mismos estudiantes que se ha manifestado con fuerza durante los últimos años.

¿Cuáles son los principales desafíos que posee la academia en torno a la investigación de estos temas?

La investigación en salud mental es desafiante en varios sentidos. En primer lugar, se trata de problemas que son por su naturaleza misma hipercomplejos, en el sentido de que participan simultáneamente diversos factores y distintos niveles: biológicos, psicológicos, familiares, macrosociales, etc. Supone además una serie de consideraciones éticas. Por ejemplo, una de mis líneas de investigación aborda las autolesiones y el riesgo suicida en adolescentes y jóvenes, un grupo particularmente vulnerable, lo que supone anticipar potenciales riesgos ante los cuales hay que dar respuesta durante el proceso de investigación. Creo que durante los últimos años hemos avanzado bastante en el desarrollo de investigación interdisciplinaria, pero aún queda mucho por avanzar en términos transdisciplinarios. La transdisciplina, considerada de manera seria y rigurosa, es extremadamente desafiante y compleja, porque implica que personas que no son parte de la academia, como los usuarios de servicios de salud mental o las personas que podríamos denominar “expertos por experiencia”, se involucren activamente en el proceso de investigación. Creo que en Chile aún no hemos logrado hacer ese tipo de investigación de manera sistemática, más allá de las buenas intenciones que todos podamos manifestar. Por otro lado, además de cuestiones presupuestarias transversales, en esta área tenemos el mismo desafío que en todo campo de investigación: cómo traducir nuestros hallazgos en programas de mayor escala o en políticas públicas. Creo que poco a poco se han dado las condiciones políticas e institucionales para que esto sea posible, pero todavía de manera muy tímida. Confío en que en el próximo gobierno la salud mental se transformará en un tema prioritario y la política pública conversará fluidamente con la academia.

¿Cómo proyecta sus siguientes investigaciones? ¿Está trabajando en algún otro proyecto actualmente?

Actualmente estoy trabajando en varios frentes. En términos de investigación teórica, junto a mi colega Gabriel Abarca estamos terminando de editar un libro en el que participan investigadores de distintas partes del mundo y que aborda a las neurociencias desde una perspectiva histórica, epistemológica y socioantropológica. El libro contribuirá a la discusión crítica en torno a la visión neurocéntrica de la subjetividad y la vida social, por ejemplo, respecto a cómo se hizo pensable la idea de que los humanos somos esencialmente nuestros cerebros. Este libro saldrá publicado en 2022 por Ediciones UDP. Por otro lado, estoy liderando un proyecto FONDECYT cuyo objetivo es desarrollar y evaluar un programa de prevención del riesgo suicida en estudiantes universitarios mediante el uso de tecnología digital. Respecto a las dimensiones socioculturales de la salud mental, a partir de datos del Estudio Longitudinal Social de Chile (ELSOC) de COES, estamos tratando de evaluar el impacto del estallido social y del aumento de la conflictividad social en Chile sobre la salud mental de la población. Finalmente, en mi horizonte hay una pregunta que espero podamos responder durante los próximos años: ¿qué factores permiten entender la alta prevalencia de depresión entre las mujeres chilenas? ¿Y qué podemos hacer para cambiar esta situación?

Fuente: Facultad de Psicología UDP

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Abrumados, cansados y aburridos: así se sienten los jóvenes en Chile durante la pandemia

Un estudio científico en Chile estableció que los jóvenes (de 18 a 29 años) sienten más responsabilidad, fatiga, preocupación y aburrimiento en la pandemia en comparación a grupos de mayor edad. Las causas son diversas: El encierro impacta en la vida social de los más jóvenes, ya que cerraron sus lugares y formas de socialización. También, realizar y completar sus estudios de forma telemática -indican los expertos- puede ser estresante y muchos carecen de acceso a Internet o computador para educarse. 

El estudio, realizado por el Núcleo Milenio Imhay fue destacado por el portal de Dinamarca Danish Development Research Network: DDRN

“Además de la pérdida de vínculos entre pares, el aislamiento social hizo que los niños y jóvenes perdieran otras figuras de apoyo como la directora, la maestra, la psicóloga, las trabajadoras sociales”, explica el académico de la UAndes e investigador Imhay, Dr. Gaete

La niñez y adolescencia está plagada de imágenes cálidas y llenas de risas: Estar en la puerta del colegio por la mañana, darle un beso a tu mamá y correr feliz hacia el encuentro con tus amigos. La intimidad y proximidad de las amistades adolescentes que se forjan en los recreos, compartir un banco en la sala de clase con tu mejor amigo o disfrutar tocando la guitarra con tus compañeros de universidad o simplemente estar contentos compartiendo una cerveza. 

Todas esas formas de vincularse naturales y propias del desarrollo de los niños, jóvenes y adolescentes quedaron suspendidas por al menos un año y medio debido a la pandemia provocada por el COVID-19 que tuvo como  consecuencia la suspensión de clases y encuentros presenciales. 

De un día para otro, los niños y jóvenes del todo el mundo quedaron desprovistos de conocer y experimentar el mundo viéndose forzados a vincularse y forjar su identidad de manera online.

En el caso de los niños y jóvenes de Chile  -como todos aquellos que provienen de países en vías de desarrollo- no sólo han tenido que adaptarse a las clases virtuales, sino que también con todos los factores adversos que la pandemia ha profundizado: problemas económicos, mala conectividad, nuevas dinámicas familiares y un largo etcétera que sin duda ha afectado como nunca antes su salud mental.

En Chile, existen pocos estudios que revelen a través de datos el estado de la salud mental de niños, adolescentes y jóvenes. Así lo establece Jorge Navarrete, psiquiatra, académico de la Universidad de Los Andes e Investigador Principal del Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes (Imhay). “Antes de la pandemia, se podría afirmar, que cerca de un 20 a un 25% de la población infanto juvenil tenía alguna patología psiquiátrica. Lo cual ya en esa época hablaba de niveles bastantes altos comparados a otros países”, indica. 

En este contexto, un estudio realizado en 2020 a estudiantes de primer año de nuestra Universidad por Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes (Imhay), entregó luces sobre el estado de la salud mental de los jóvenes chilenos. La investigación muestra que tres de cada cuatro encuestados reconoce que su estado de ánimo «era peor o mucho peor en comparación al contexto pre pandemia». 

La investigación, aplicada a 2411 alumnos y alumnas de primer año de la Universidad de Chile, señala que el 77,7% de los y las estudiantes percibió que su estado de ánimo era peor o mucho peor en comparación a su vida antes de la pandemia, «siendo las mujeres las que reportaron peor estado de ánimo y mayor severidad en los síntomas».

Pero no sólo eso: un 47,1% de los y las estudiantes encuestados reportó una disminución de ingresos en su grupo familiar, un 16,9% señaló que uno de los integrantes de su núcleo perdió su trabajo, el 15,7% tuvo un miembro de su grupo familiar que contrajo el virus, y un 1,9% declaró haber sido diagnosticado por COVID-19.

Internet y las redes sociales no son suficiente

La investigadora de Imhay, Scarlett Mac-Ginty afirma que la necesidad de una mayor independencia e identidad de los jóvenes se descuidó durante la pandemia. “La socialización y la convivencia con los compañeros es clave durante este proceso biológico y psicológico de desarrollo”, explica.

Las y los jóvenes estudiantes coinciden en que la virtualidad y la pérdida de la sociabilización son parte de los factores «más importantes» a la hora de pensar en su salud mental y el impacto de la pandemia en su estado de ánimo.

Manuel (24) es fotógrafo profesional, vive en Santiago Centro junto a su familia y le ha costado encontrar trabajo. Durante el 2020 se contagió de COVID-19 debido a que su hermana trabajaba en un supermercado. Además de que toda su familia estuviera contagiada, Manuel  padeció por largo tiempo de síntomas luego de padecer la enfermedad. A lo que  se sumó los efectos en su salud mental debido al encierro y el confinamiento: “Soy fotógrafo y estoy acostumbrado a moverme por lo que el confinamiento fue muy duro. Perdí varios trabajos. No he podido encontrar un trabajo estable. Durante la cuarentena quería hacer cosas, salir a despejarme y no podía. Me afectó. Perdí la posibilidad de coordinar actividades artísticas en la Junta de Vecinos en la que participo y me ha costado recuperarme”, dice.  

«La juventud es una etapa de la vida donde la socialización es clave y también la construcción de identidad. Sobre todo lo que es el tránsito en lo que es el colegio y la universidad donde hay una necesidad de mayor independencia e identidad. La socialización es clave durante este proceso biológico y psicológico del desarrollo», explica Scarlett Mac-Ginty, candidata a doctora en el Servicio de Salud e Investigación Poblacional del Instituto de Psiquiatría, Psicología y Neurociencia del King’s College de Londres e investigadora joven de Imhay. 

«El mayor uso de tecnología no es suficiente para compensar esa falta de socialización. Por ejemplo, los universitarios de primer año de la encuesta llevan año y medio sin conocer a sus compañeros. Recuerdo que un joven contó que tuvo un sueño con sus compañeros de universidad quienes estaban representados como un cuadrito de Zoom», agrega.

“Además de la pérdida de vínculos entre pares, el aislamiento social produjo que los niños y jóvenes perdieran otras figuras de apoyo como el profesor jefe, el profesor, el  psicólogo, los asistentes sociales”, explica Navarrete.

Este es el caso de Nicolás (27) quien a los tres meses de la pandemia comenzó a vivir solo pues sus padres se mudaron de ciudad. “Los primeros ocho meses de la pandemia fueron de terminar la universidad. Fue conectarme a las clases en la mañana, preparar mi día, ordenar un poco. Esos fueron mis días. Mis papás se mudaron hace 3 o 4 meses una vez comenzada la pandemia y quedé viviendo solo. En este tiempo sentía que igual hacía poco, no tenía la costumbre de salir a caminar, era vivir en la casa, estudiando y comprando cosas específicas. Uno extraña a la gente que quiere”, relata. 

Según el estudio de Imhay, un 47% de estudiantes reconoció dificultades para acceder y seguir las clases en modalidad online, y un «82,5% reportó haber sufrido problemas de concentración en los estudios y actividades cotidianas».

«Mi vida universitaria fue muy fome. Durante el 2020 cursé el último año de la carrera universitaria y algunos cursos salieron muy malos, otros se lograron sacar a flote.  Pero también perdí muchas salidas a terrenos que es información que no vas a aprender si no se pone en práctica. Como fue mi último año de Universidad siento que no terminé, que me faltó el último año presencial para poder cerrar el ciclo”, sostiene Camila (24), egresada  de Ingeniería en Recursos Naturales Renovables quien está en proceso de titularse.

Y agrega: «Me fue muy difícil adaptar mi espacio de descanso que era mi pieza y mi casa a uno de estudio que era la Universidad. Además, extrañaba los tiempos de distensión. La Universidad era un espacio para ir a aprender pero también de conversar con mis amigos y discutir lo que estábamos aprendiendo».

Mac-Ginty explica: «Los estudios y el rendimiento académico se vio afectado en los estudiates porque no tienen un espacio adecuado, porque no tienen una buena conexión a internet, porque no tienen un buen equipo o computador, o sencillamente por la metodología de las clases, y son estos los que presentan mayor sintomatología depresiva y ansiosa. También los estudiantes que auto reportan tener problemas de concentración. Y estamos hablando de concentración en las tareas cotidianas y en los estudios en general».

Camila comenzó el 2020 con una depresión diagnosticada: «Yo partí con una depresión en la pandemia  y sí afectó mi rendimiento. Necesitaba relacionarme con mis pares”, relata. Y añade que el periodo de cuarentena lo utilizó  para afianzar su relación con mi familia pero me faltaba ver a mis amigos día a día».

La pandemia también hizo que se redujeran drásticamente las atenciones sicológica y psiquiátricas en jóvenes  producto de las restricciones sanitarias. “Primero hubo una reducción gigantesca y luego un ajuste para poder proveer estos servicios de forma telemática lo cual se fue logrando a fines del año pasado”, explica Navarrete.

Sin embargo, para las atenciones de salud mental ocurre lo mismo que las clases online.  “En mi experiencia como doctor, los adolescentes se distraen muy fácilmente, no prestan mucha atención y tampoco tienen un lugar propicio para poder hablar con confianza pues existen pocos espacios privados. Lo que implicó que mucha gente se resistiera a ese tipo de atenciones y prefieran esperar a que se abrieran las atenciones normales”, relata el académico de la Universidad de los Andes.

La espera de niños, jóvenes y adolescentes por tener una consulta de salud mental “adecuada”, muchas veces contrae un enorme riesgo. “Tengo la sensación, por mi experiencia atendiendo pacientes en el turno del hospital, la reducción de atenciones produjo un retraso muy importante para la oportunidad para el trabajo con las adolescentes – que es a lo que me dedico-. Creo que la población adulta también vivió lo mismo».

Otra problemática respecto a la salud mental de niños, jóvenes y adolescentes en Chile tiene que ver con el acceso a consultas y tratamiento. “Los chicos que tienen patologías, no acceden a atención psicológica o psiquiátrica en forma oportuna y adecuada. Esto porque no tenemos un sistema que apoye una conexión entre los servicios psicológicos escolares y el sistema de salud pública”, explica Navarrete.  

“En nuestro país, sólo un 18% de las personas que tienen alguna patología psiquiátrica son atendidas y reciben algún tipo de tratamiento”, afirma.  “Esa brecha obviamente aumenta en la medida en que se reducen los ingresos de la familia o los niveles de vulnerabilidad en el fondo psicosocial. Mientras menos recursos, probablemente esa brecha es mucho más alta”, agrega. 

Cuidar la salud mental

Con todo, la salud mental de las personas durante la pandemia, se deterioró a nivel mundial. “En países desarrollados el 80 por ciento de la atención en salud mental comienza en las escuelas. Cerrar las escuelas en el mundo explica en gran parte el  aumento y la prevalencia de problemas psiquiátricos en la población en general por falta de acceso. En adolescentes, en particular, pre pandemia estamos hablando de niveles de depresión entre el 8 y el 11 por ciento dependiendo del lugar del estudio epidemiológico. Estudios recientes muestran que esos niveles se doblaron y se alcanzó un 22 por ciento. Es decir claramente hay un efecto de profundización de estos fenómenos debido a la pandemia”, explica Navarrete.

Y profundiza: «En la medida en que los colegios no implementen otra vez sus servicios de salud mental que estaban disponibles antes de la pandemia vamos a seguir teniendo problemas» .

En este contexto, cabe preguntarse ¿Por qué la salud mental es importante a nivel general? Según el Doctor Navarrete, de todos los trastornos psiquiátricos que vemos diagnosticados como adultos, el 75% por ciento de ellos parte antes de los 18 años y el 50% de ellos partió antes de los 14 años. “Es decir la patología de salud mental que padecen los adultos ya está presente en la población infanto juvenil, antes de los 18 años incluso antes de los 14”. 

“Si podemos generar desde el punto de vista de políticas públicas intervenciones de prevención temprana en salud mental vamos a tener un impacto tremendo en la salud de la población en general. En muchos países, especialmente en América Latina, la cancha no es pareja desde el nacimiento y eso implica una necesidad urgente de invertir en una política pública de cuidado de la salud mental en edades tempranas y que se mantengan en el tiempo”, finaliza. 

Fuente: Marta Apablaza, corresponsal de Danish Development Research Network: DDRN

PorImhay

Investigadora Imhay y académica UACh es elegida como una de las 100 Mujeres Líderes de 2021

En su vigésima versión, este galardón, otorgado por Mujeres Empresarias y El Mercurio, el jurado estuvo compuesto mayoritariamente por mujeres, quienes seleccionaron a las 100 ganadoras de entre casi cinco mil postulaciones recibidas en las categorías Empresarias; Profesionales, académicas e investigadoras; Ejecutivas; Servicio público; y Servicio social.

“Me alegro de que mi trabajo académico -que he desarrollado siempre desde la Universidad Austral de Chile y, por tanto, desde regiones- pueda haber llegado a personas del resto del país», señaló la académica de la UACh e investigadora Imhay

“Me alegro de que mi trabajo académico -que he desarrollado siempre desde la Universidad Austral de Chile y, por tanto, desde regiones- pueda haber llegado a personas del resto del país”, sostuvo la académica de la Facultad De Ciencias Jurídicas  y Sociales de la Universidad Austral de Chile e investigadora principal de Imhay.

“Este reconocimiento me tomó por sorpresa. No sabía que estaba nominada y, mucho menos, que personas me honrarían con su votación”, comentó la Dra. Yanira Zúñiga Añazco, Profesora Titular del Instituto de Derecho Público de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Austral de Chile, quien fue destacada en la lista de las 100 Mujeres Líderes 2021, galardón otorgado por Mujeres Empresarias y El Mercurio.

La académica agradeció la gentileza de quienes votaron por ella, en especial -dijo- por considerar que su trabajo es valioso y todavía más por suponer que ejerce algún tipo de liderazgo; aunque, precisó, le cuesta visualizarse desde esa perspectiva.

“Me alegro de que mi trabajo académico -que he desarrollado siempre desde la Universidad Austral de Chile y, por tanto, desde regiones- pueda haber llegado a personas del resto del país. Soy consciente que eso es, por sí solo, un privilegio y una responsabilidad. Estoy convencida que si las universidades pueden reclamar un legítimo derecho a ocupar un lugar especial en la vida democrática no es porque realicen predominantemente la formación profesional, ni siquiera porque aporten al progreso científico o tecnológico, a través de sus investigaciones (ambas dos cuestiones muy importantes, desde luego), sino porque sus comunidades académicas han demostrado una vocación para enjuiciar la vida social y para ofrecer horizontes de cambio. Siempre he pensado que crear y transmitir conocimiento en el ámbito jurídico, en particular, requiere transcender las revistas académicas y los foros de expertos. El derecho es -como recuerda Bourdieu- un saber mundano; es decir, un saber teórico que está imbricado con la práctica porque se nutre y quiere proyectarse sobre ella. De manera que este reconocimiento me alegra particularmente por esa dimensión, porque implica que el rumbo que he elegido hasta ahora ha sido el correcto”, puntualizó la Dra. Zúñiga.

100 Mujeres Líderes

En su vigésima versión, jurados mayoritariamente femeninos seleccionaron a las 100 ganadoras de entre casi cinco mil postulaciones recibidas en las categorías Empresarias; Profesionales, académicas e investigadoras; Ejecutivas; Servicio público; y Servicio social.

Casi cinco mil postulaciones de la ciudadanía recibió el premio 100 Mujeres Líderes 2021, una iniciativa organizada en conjunto por Mujeres Empresarias y El Mercurio, y que en esta ocasión está cumpliendo dos décadas de existencia. El galardón nació hace veinte años con el objetivo de visibilizar y promover el talento y liderazgo femenino en Chile, convirtiéndose en una iniciativa pionera en este ámbito.

Se buscó que las 100 ganadoras hayan destacado este año buscado soluciones a problemáticas relevantes para el país y que además las hayan transformado en oportunidades para ellas y sus pares. El resultado es una selección que incluye a personas del mundo de las artes, la ciencia, el deporte, las políticas públicas, la academia, la sociedad civil, las entidades gubernamentales, las empresas, los emprendimientos, la educación y la salud, por nombrar solo algunos campos.

Fuente: Viviana Cárdenas M., Facultad De Ciencias Jurídicas  y Sociales, UACh.