Las intervenciones que se implementan en los colegios para favorecer una mejor salud mental, no siempre están respaldadas por la evidencia científica. Además, muchas veces no incluyen la adaptación cultural necesaria ni la evaluación de su eficacia en el contexto local. Esto último es muy necesario, ya que sabemos que incluso una intervención que ha demostrado ser eficaz en un entorno, puede tener diferentes resultados en otros contextos, comenta en The Clinic la académica de la Facultad de Medicina y directora de Imhay, Dra. Vania Martínez.
Las comunidades educativas, hace varios años ya, han estado constatando un aumento de los problemas de salud mental en los escolares en Chile. A esto se viene a sumar, el que la población infanto-juvenil ha sido una de las más afectadas por la pandemia por COVID-19 en esta área. Directivos, profesores y apoderados de colegios han referido que muchos de los estudiantes están presentando síntomas ansiosos, depresivos y dificultades para regular sus emociones de manera adecuada. Además, perciben que esto, lejos de disminuir, se ha intensificado con el retorno a clases de manera presencial.
Tanto para prevenir la aparición de problemas de salud mental, como para abordarlos oportunamente, los colegios son una gran oportunidad. Esto se ve favorecido por la cantidad de horas que los estudiantes pasan en estos establecimientos y la relación cercana que muchas veces establecen los docentes con ellos.
Reconociendo tanto esta compleja situación como el rol que pueden tener los colegios para abordarla, es que el Ministerio de Educación ha comenzado a implementar la “Política de Reactivación Educativa Integral” que incluye un eje denominado “Convivencia, bienestar y salud mental”. Más allá de esta política, muchos colegios, tanto públicos como privados, han hecho esfuerzos para generar distintas estrategias con el objetivo de aportar a una mejor salud mental en sus comunidades educativas. Ante este escenario cabe que nos preguntemos ¿darán frutos estos esfuerzos? ¿habrá valido la pena la inversión?
Las intervenciones que se implementan en los colegios para favorecer una mejor salud mental, no siempre están respaldadas por la evidencia científica. Además, muchas veces no incluyen la adaptación cultural necesaria ni la evaluación de su eficacia en el contexto local. Esto último es muy necesario, ya que sabemos que incluso una intervención que ha demostrado ser eficaz en un entorno, puede tener diferentes resultados en otros contextos. Sabemos que es importante involucrar, tanto en el diseño de nuevas intervenciones como en la adaptación de intervenciones probadas en otros escenarios, a los destinatarios (diseños participativos o co-diseños). Adicionalmente, un campo novedoso a incluir es la ciencia de la implementación que considera los métodos, procesos y elementos básicos que intervienen en la integración exitosa de intervenciones en entornos reales. Por otro lado, hay veces que se diseñan o adaptan intervenciones rigurosamente, incluyendo la mejor evidencia y diseños participativos, pero se hacen evaluaciones de impacto en estudios muy pequeños o de tipo piloto, lo que no significa que se haya demostrado su efectividad. Ambas situaciones pueden llevar a desperdiciar recursos económicos y a dedicar tiempo (que siempre es escaso) a actividades que no tienen el impacto positivo esperado. Dos ejemplos, uno de investigación a nivel nacional y otro internacional nos pueden ilustrar de cómo grandes estudios con muchos recursos involucrados no han demostrado eficacia, a pesar de que había resultados prometedores en experiencias piloto. El primero es un estudio en 22 colegios y 2.512 estudiantes de Santiago de Chile, que evalúo una intervención psicoeducativa de 11 sesiones de frecuencia semanal en la sala de clases. En él no se logró su objetivo, el que era reducir los síntomas depresivos. Un reciente y gran estudio en Reino Unido de una intervención universal que involucró a 84 colegios y 8.376 estudiantes evaluó una intervención escolar de 10 sesiones de ‘mindfulness’ o atención plena. Ese estudio no logró demostrar eficacia en reducir el riesgo de tener problemas de salud mental ni en promover mayor bienestar emocional. Es por eso, que no es suficiente solo financiar estudios piloto, sino que se requiere una fuerte inversión en estudios de efectividad. Se requiere eso sí precisar que las conclusiones de ambos estudios no significan que se deban desechar esas intervenciones, sino que se debe considerar qué funciona, para quiénes y cómo, teniendo en cuenta los factores clave del contexto y la aplicación.
Una sugerencia plausible a investigar es la implementación de intervenciones en colegios que se enfoquen en estudiantes con cierto nivel de riesgo en salud mental (intervenciones focalizadas); por ejemplo, en adolescentes que tienen síntomas iniciales de depresión y ansiedad, sin aún tener todos los criterios para tener un diagnóstico de salud mental (síntomas sub-clínicos o sub-umbrales).
Por otra parte, hay que considerar que, si las intervenciones no son evaluadas, se puede ignorar efectos negativos no esperados, lo que es aún más grave que no demostrar su eficacia. Por ejemplo, en un estudio piloto destinado a reducir los síntomas depresivos en estudiantes, se encontró que la intervención aumentó el estigma hacia la depresión en Colombia, lo que no ocurrió en Chile.
Una mayor inversión en recursos de investigación en esta área y una alianza con la academia puede aportar para resolver estos desafíos.
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El investigador de Imhay y académico de la Universidad Diego Portales, habló de las dificultades que planteó la pandemia para los jóvenes y recalcó la importancia de pedir ayuda en caso de tener dificultades. «La principal barrera para que un estudiante que presenta problemas de salud mental hoy acceda a tratamiento es que cree que puede resolver su problema por sí mismo”, afirmó en Sana Mente de CNN Chile.
Por la pandemia, millones de jóvenes en el mundo pasaron a vivir una experiencia universitaria virtual, lo que trajo nuevas dificultades. “Este grupo ha sido uno de los más afectados en contexto de pandemia, pero también para entender cómo se han visto afectados hay que pensar en su condición pre pandémica”, dijo Álvaro Jiménez, investigador Postdoctoral de Imhay y académico de la Universidad Diego Portales.
El psicólogo habló de la paradójica realidad que enfrentan los universitarios, que suelen ser vistos como privilegiados. “Es un grupo de jóvenes que presenta una alta prevalencia de problemas de salud mental, particularmente trastornos ansiosos, depresivos, consumo de alcohol y ciertas drogas, incluso más que los jóvenes de la misma edad que no asisten a la universidad”, detalla.
Los aspectos positivos de entrar a la universidad se manifiestan a largo plazo para el investigador. “El pasar por la educación superior a largo plazo es un factor protector, pero durante el periodo universitario pareciera ser un factor de riesgo. La vida universitaria en sí misma genera ciertas condiciones que parecieran afectar la salud mental de este grupo”, indicó.
El cambio del colegio a la universidad no es fácil para los estudiantes, que generalmente se encuentran entre los 18-25 años, en una adultez emergente en la que “hay que tomar muchas decisiones”, afirmó el profesor, quien realiza un estudio longitud sobre la salud mental de universitarios.
“Entrar a la universidad supone un proceso de transformación de un contexto altamente estructurado en las escuelas a un contexto institucional donde te ves enfrentado a la necesidad de ser cada vez más autónomo, flexibilidad horaria, evaluaciones totalmente distintas y eso produce que los estudiantes no estén siempre en condiciones de poder responder de manera adecuada al principio”, aseguró.
Las consecuencias del aislamiento en la pandemia afectaron las habilidades sociales. “Estamos hablando de jóvenes y en ese periodo de la vida es muy importante la socialización cara a cara, la presencialidad, el apoyo de pares, están construyendo su identidad en función de la identificación con sus pares, y eso se vio interrumpido en contexto de pandemia, estaban más solos”, comentó.
Jiménez recalcó la importancia de pedir ayuda en los jóvenes. “La principal barrera para que un estudiante que presenta problemas de salud mental hoy acceda a tratamiento es que cree que puede resolver su problema por sí mismo”, dijo.
¿Cómo identificar las señales de alerta en la salud mental? “Si tú percibes que hay ciertas dificultades emocionales, preocupaciones excesivas o problemas conductuales que tienen que ver con el aumento del consumo de alcohol o ciertas sustancias. Y estas dificultades empiezan a interferir con tu funcionamiento cotidiano es altamente probable que tengas que pedir ayuda”, enseñó.
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Sesiones con avatares y grupos de apoyo digital son parte de la evolución al tratar la salud mental. Este espacio tendría ventajas para los jóvenes y aquellos con dificultades para encontrarse físicamente, aseguran los expertos. Sobre este tema, fue entrevistada la psicóloga Daniela Lira, candidata a Doctora en Psicoterapia e Investigadora Doctoral de Imhay.
Daniela Lira, psicóloga e investigadora doctoral del Núcleo Milenio Imhay, piensa que el metaverso también “viene a ampliar la comprensión que tenemos de lo que es salud mental y de que se puede dar en otros espacios, con otras personas”.
Sin embargo dice que “es importante tener en cuenta que las herramientas digitales en torno a la salud mental tienen que venir con una planificación desde su diseño y se deben investigar para ver si efectivamente todas las promesas se cumplen”. Y agrega, para quienes pueden temer los efectos nocivos, que “hay que entender que los usos son los que van a determinar que una herramienta pueda ser positiva, neutral o negativa, por lo que se requiere un uso responsable de estas nuevas tecnologías”.
Si bien en Chile las entrevistadas dicen desconocer iniciativas de salud mental vinculadas al metaverso, sí confirman que existen diversas herramientas digitales.
Lira resalta que “durante los últimos años se ha fomentado mucho más el desarrollo de diferentes plataformas y aplicaciones que están buscando el uso de lo digital para la salud mental en el país”.
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En una nueva edición de #CienciaAbierta del PAR EXPLORA RMSP, fue invitado el Dr. Jorge Gaete, psiquiatra, Investigador Principal de Imhay y académico de la Universidad de los Andes, quien conversó sobre salud mental adolescente y entregó algunas estrategias para conseguir una mejor convivencia escolar.
“Hay varios factores que podrían estar influyendo en lo que estamos viendo hoy en día. Por un lado, hay un retraso importante en algunas habilidades académicas y cognitivas, que se fueron produciendo producto de la pandemia. Varios estudios están mostrando, por ejemplo, retrasos importantes a nivel del desarrollo del lenguaje y del procesamiento de las matemáticas. Y así como se ha visto estos retrasos en ciertas áreas del desarrollo cognitivo, también ha habido retrocesos en el desarrollo de habilidades socioemocionales. Los chicos hoy día tienen menos habilidades prosociales”, comentó el Dr. Gaete.
Y agregó que: “En un estudio que hicimos recientemente mostramos cómo una de las principales habilidades que pareciera estar retrasada dentro de la perspectiva de los estudiantes es el de habilidades prosociales, que son aquellas que tienen que ver con el poder ayudar a otro, el esperar el turno, el ser amable con otros. Durante la época de pandemia los estudiantes no tuvieron tanta oportunidad de practicarlas, porque estaban muchas veces solos frente a una pantalla, muchas veces no tenían con quiénes interactuar de su misma edad. Por consiguiente, este ambiente que naturalmente se vive en los colegios, previo a la pandemia, probablemente produjo un efecto bien importante en esta área”.
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La investigación también reveló que jóvenes universitarios de nivel socioeconómico más alto son los que presentan más depresión subumbral. Ellos, al tener síntomas, pero al no cumplir con todos los criterios de un diagnóstico de episodio depresivo mayor, tienen la oportunidad de beneficiarse de estrategias de prevención.
“En jóvenes con depresión mayor, el sólo pertenecer a un grupo no sería suficiente como medida protectora, en ellos cobra mayor importancia el percibir un alto apoyo social. En cambio, en jóvenes con depresión subumbral tanto el pertenecer a un grupo como el alto apoyo social percibido serían medidas protectoras”, explica el Dr. Álvaro Langer, Director Alterno de Imhay y líder del estudio.
Un equipo de investigadores encabezado por el Dr. Álvaro Langer, Director Alterno del Núcleo Milenio Imhay y académico del Instituto de Estudios Psicológicos de la Facultad de Medicina de la Universidad Austral de Chile y que contó con la colaboración de la Alianza Chilena contra la Depresión, publicó en la revista Frontiers in Public Health los resultados de un estudio acerca de los factores sociales y económicos asociados a la depresión en jóvenes universitarios chilenos durante la pandemia por COVID-19.
“En Chile, se ha analizado la asociación entre distintos niveles de ingresos económicos y síntomas de depresión, ansiedad, estrés, y consumo de alcohol y drogas en esta población. Sin embargo, es importante seguir profundizando en variables relacionadas con aspectos sociales y económicos que son muy relevantes en salud, no sólo en salud mental, como el tipo de vivienda, la situación laboral, el tener o no hijos, etc.”, explica el Dr. Langer.
El trabajo también exploró un aspecto menos estudiado, pero igualmente importante: la depresión subumbral, que se caracteriza por la presencia de síntomas depresivos clínicamente importantes, pero que no alcanzan a cumplir los criterios para el diagnóstico de un trastorno depresivo mayor.
“Hay una tendencia en enfocarse en la psicopatología cuando se cumplen ciertos criterios, pero ¿qué pasa con aquellas personas que no cumplen todos los criterios para tener un síndrome y, sin embargo, tienen un conjunto de síntomas que igual causan malestar? Esas personas requieren intervenciones para aliviar su malestar y para prevenir el desarrollo de cuadros más graves”, plantea Marcelo Crockett, Investigador Doctoral de Imhay y co-autor de esta investigación.
Impacto de la pandemia
El trabajo consistió en el análisis de los resultados en pandemia por COVID-19 de una encuesta en línea que se aplica en forma anual hace más de 7 años en estudiantes de una universidad del sur de Chile y que evalúa síntomas depresivos y variables socioeconómicas, entre otras.
La encuesta se realizó en noviembre de 2020, justo antes de que se reanudaran las cuarentenas en donde se llevó a cabo el estudio. Participaron 1.577 estudiantes de pregrado (64,6% mujeres) con un promedio de edad de 22 años.
Según los resultados del estudio, el 32,3% de los jóvenes cumplía criterios para un episodio de depresión mayor y un 14,3% para un episodio de depresión subumbral. Se confirmaron algunos datos de estudios previos, de manera que la prevalencia de episodio de depresión mayor fue más alta en mujeres, en universitarios que no vivían con sus padres, pertenecientes a estratos socioeconómicos más bajos y que tenían dificultades económicas debido a la pandemia.
Al analizar la información de aquellos jóvenes con depresión subumbral, aparecieron las novedades. El Dr. Langer cuenta “En los alumnos con mayores ingresos económicos fue donde hubo mayor prevalencia de depresión subumbral. A mí me parece muy interesante porque es una población que uno podría invisibilizar al diseñar estrategias para prevenir enfermedades del ánimo, ya que no se considera tradicionalmente como de riesgo”.
Factores de prevención
“Estas personas que están iniciando síntomas podrían pasar inadvertidas, sin embargo, con estrategias oportunas, la progresión a una depresión mayor se puede detener”, dice el Investigador Doctoral de Imhay, Marcelo Crockett.
Otro hallazgo de esta investigación es acerca de la influencia de dos aspectos sociales: la pertenencia a algún grupo y la percepción del apoyo social que se recibe, es decir, la percepción de apoyo afectivo y la posibilidad de hablar y compartir temas importantes para uno. Los análisis mostraron diferencias entre jóvenes con episodios de depresión mayor y aquellos con depresión subumbral.
“En jóvenes con depresión mayor, el sólo pertenecer a un grupo no sería suficiente como medida protectora, en ellos cobra mayor importancia el percibir un alto apoyo social. En cambio, en jóvenes con depresión subumbral tanto el pertenecer a un grupo como el alto apoyo social percibido serían medidas protectoras”, explica el Dr. Álvaro Langer. Promover un alto apoyo social percibido sería una posible medida para favorecer la prevención de la depresión en jóvenes universitarios, especialmente en quienes tienen algunos síntomas de depresión, pero que aún no tienen la enfermedad.
“Estas personas que están iniciando síntomas podrían pasar inadvertidas, sin embargo, con estrategias oportunas, la progresión a una depresión mayor se puede detener”, dice el Investigador Doctoral de Imhay, Marcelo Crockett. “Es un grupo al cual hay que poner atención para las estrategias de prevención. Es relevante e interesante de investigar en estudios futuros”.
¿Y cómo prevenir? Participar en el mundo social, no aislarse, unirse a grupos, y si además esa participación se constituye en un apoyo más específico, aún mejor. De ahí la importancia de que en los espacios universitarios se propicie la adecuada relación de los jóvenes con sus pares y la pertenencia a grupos.
Estos resultados podrían abrir la puerta a nuevas investigaciones, no sólo para delinear mejor el beneficio de la interacción social en jóvenes con depresión en sus diversos grados, sino también para profundizar en la comprensión de la depresión subumbral.
Luego de entrenar su flexibilidad y resiliencia durante el confinamiento, gran parte de la comunidad escolar esperaba con ansias el regreso a la presencialidad. Pero no ha sido fácil: la salud mental de los profesores y profesoras vive hoy una crisis profunda, similar a la que enfrentó el personal de salud en el peak de la pandemia de covid-19.
Entrevistado por Revista Ya, el psiquiatra, Investigador Principal de Imhay y académico de la Facultad de Educación de la Universidad de los Andes, Dr. Jorge Gaete indicó que no solo los estudiantes están desregulados; también los apoderados, basándose en lo que ha observado tanto en el diplomado que dirige como en el trabajo de investigación que realiza actualmente en más de 70 colegios, como director del Centro de Investigación en Salud Mental Estudiantil de la misma universidad.
«En uno de los colegios que está participando en nuestros estudios, algunos apoderados entraron al establecimiento y fueron a golpear a unos alumnos; en otro, entraron a golpear a los profesores. Están así en parte por efecto de la pandemia, pero también por el ambiente polarizado en el que estamos viviendo», señala el Dr. Gaete.
Según el investigador Imhay, la salud mental de los profesores y profesoras siempre está bajo cierto grado de amenaza, tanto por factores estructurales como culturales.
«Pasan muchas horas en aula y eso los deja sin el tiempo necesario para poder pensar en mejores alternativas pedagógicas. Además, hay pocas instancias en las que los profesores son entrenados en habilidades socioemocionales y de autocuidado de la salud mental. Pese a que se habla cada vez más de salud mental y de las licencias que muchos profesores se están tomando por esa razón, todavía hay mucha estigmatización y resistencia a tomarle el peso a estos problemas. Muchos piensan que los cuadros de ansiedad o depresión tienen que ver con el carácter o con falta de voluntad, cuando puede haber incluso razones biológicas que dificultan el reponerse. Y todo esto se da en un contexto en el que no hay recursos, ni económicos ni de tiempo, para abordar estas problemáticas», señala el investigador de Imhay.
El Dr. Gaete rescata el modelo de las “escuelas saludables”, que funcionan según los lineamientos de la OMS y están presentes en Escocia y Canadá, entre otros países. También la propuesta de Mark Greenberg, cuyo modelo de intervención para los colegios —aún no aplicado en Chile— incluye desde la alfabetización emocional de los docentes, hasta la enseñanza de mindfulness y técnicas de regulación emocional.
«Está comprobado que este tipo de intervenciones no solo mejora la salud mental de los docentes, sino también la convivencia escolar y el aprendizaje. Lo que no está del todo claro es si el hecho de intervenir solo a nivel de los docentes puede tener un impacto significativo también en la salud mental de los estudiantes», concluye el también investigador principal del Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes, Imhay
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Encuesta realizada por investigadores de Imhay, la Universidad de los Andes y la Universidad de Talca, reporta que cerca del 38% manifiesta síntomas de ansiedad y una parte importante se ha sentido desesperanzado. Los más afectados son los de primer y segundo año. Fomentar el sentido de comunidad y ofrecer talleres de primeros auxilios psicológicos son parte de las respuestas de la academia.
En el estudio, aplicado a más de 5 mil estudiantes, se reportó que la prevalencia de los problemas de salud mental ocurren de manera transversal entre distintas casas de estudio y que “las principales problemáticas se ven en la población más joven, es decir, los de primer y segundo año”, indica el académico de la Facultad de Educación de la Universidad de los Andes e Investigador Principal de Imhay, Dr. Jorge Gaete.
“Eso implica, de alguna manera, que gran parte del problema comienza antes de llegar a la universidad. Son personas que vienen con bastante sintomatología; no es algo que uno podría decir que se va acentuando a medida que van avanzando la carrera”, explica el psiquiatra
De ahí que consultado respecto a qué acciones se pueden tomar para reducir el número de universitarios con problemas de salud mental, una primera recomendación “es un llamado a las políticas públicas a hacer medidas de prevención en la población infanto-juvenil. Si queremos tener adultos más sanos, debemos tener claro que muchos de ellos parten su sintomatología tempranamente y que no parece que en general estemos dando buenas respuestas”, responde el investigador Imhay.
Aunque los datos del estudio se tomarin a mediados de 2020, los autores advierten que cifras preliminares muestras que con el paso del tiempo, esgas siguen igual e incluso han ido en aumento. “No tenemos indicadores de que esta problemática esté mejor, sino más bien de que está igual o peor”, resume el Dr. Gaete.
Patrocinado por connotados psiquiatras, el actual director y exdirectores de la Clínica Psiquiátrica Universitaria, y el apoyo de diversos especialistas, instituciones y organismos chilenos y extranjeros, incluyendo la Organización Mundial de la Salud, el Dr. Ricardo Araya es el primer profesional de la salud mental nominado a este galardón.
El Dr. Ricardo Araya ha dedicado la mayor parte de su carrera a desarrollar propuestas de atención en salud mental para comunidades de bajos recursos y grupos con mayores necesidades en salud mental, como mujeres, jóvenes y pacientes mayores.
El doctor Araya es actualmente profesor e investigador del King’s College London, uno de los centros académicos y científicos más importantes del mundo en el campo de la psiquiatría, y forma parte del equipo del Núcleo Milenio Imhay como Investigador Senior.
Dada la relevancia de su trabajo, el impacto de sus innovaciones y el impulso que le ha dado a la investigación científica en salud mental, directores y exdirectores de la Clínica Psiquiátrica Universitaria de la Universidad de Chile, entre los que se cuentan los Dres. Luis Risco, Fernando Ivanovic-Zuvic, Graciela Rojas, Hernán Silva y Julio Pallavicini, decidieron patrocinar su postulación para el Premio Nacional de Ciencias Aplicadas y Tecnológicas, que debe resolverse en agosto próximo.
Además, apoyan su nominación diversas instituciones y personalidades, como el Núcleo Milenio Imhay; la Sociedad de Neurología, Psiquiatría y Neurocirugía de Chile (Sonepsyn); la Ministra de Salud, Dra. Begoña Yarza; el exrector de la Universidad de Chile, Dr. Ennio Vivaldi; la economista Andrea Repetto; el médico salubrista Giorgio Solimano; e incluso autoridades extranjeras, como la Directora del Departamento de Salud Mental y Abuso de Sustancias de la Organización Mundial de la Salud, Dévora Kestel.
“Todas esas personas han mandado cartas muy bonitas. Ha sido reconfortante para mí, porque no estoy acostumbrado, nunca he buscado reconocimiento o postulado a alguno de estos premios tan importantes”, comenta el científico. Sin embargo, su nominación le entusiasma, porque “tiene que ver con la visibilidad de la salud mental. Llegó el momento en que empecemos a ´matricularnos´, porque nunca nadie de nuestro rubro ha sido elegido”.
El psiquiatra chileno no sólo ha sido reconocido por sus pares nacionales e internacionales, ya que el sociólogo estadounidense Ronald Kessler -profesor de la Universidad de Harvard y el científico más citado en el mundo- ha dicho que el Dr. Ricardo Araya es uno de los cinco líderes en salud mental global. Pocos profesionales chilenos han recibido halagos así, de una eminencia científica internacional.
“Es bonito escuchar que lo que uno ha hecho durante cuarenta años ha tenido una repercusión, y que personas que están a un alto nivel lo vean”, comenta desde Londres este renombrado médico chileno, que durante su carrera ha participado en más de 60 proyectos de investigación y ha publicado más de 300 artículos científicos, que han recibido un alto índice de citas. Veinte de esos trabajos han aparecido en la prestigiosa revista médica The Lancet.
Innovaciones en salud mental
El psiquiatra junto a un equipo de investigadores enseñaron, en Zimbabwe, África, a inusuales monitores, como profesores, líderes sociales e incluso personas mayores, para que dieran asesoría a personas con problemas de salud mental conversando en bancas dentro o fuera de las clínicas. El plan se llamó ‘La Banca de la Amistad’ (Friendship Bench). Esta iniciativa fue elogiada por la Organización Mundial de la Salud, Naciones Unidas, y los gobiernos de EEUU, Reino Unido y Canadá, entre otros.
Ricardo Araya se tituló de médico en la Universidad de Chile, se especializó en psiquiatría e hizo un posgrado en el Maudsley Hospital de Londres, uno de los centros más prestigiosos del mundo. Comenzó su labor docente y científica, primero en la Universidad de Bristol, luego en la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, y desde 2017 en en el King´s College, también en Londres, donde es Profesor Titular -una categoría que ningún académico chileno había obtenido antes- de Salud Mental Global.
Ambas instituciones -King´s College y la Escuela de Higiene y Medicina Tropical- se aliaron para formar el Centro para la Salud Mental Global (CGMH), y nombraron al profesor Araya como codirector, junto con el reconocido psiquiatra indio Vikram Patel. Con él lanzó en 2007 el Movimiento para la Salud Global Mental (MGMH), una red colaborativa de personas e instituciones para mejorar la atención de quienes viven con problemas mentales y trastornos psicosociales, especialmente en países de ingresos medios y bajos. La iniciativa tiene adscritas a más de 10 mil personas de 200 organismos en el mundo.
Es así como el especialista ha dedicado la mayor parte de su carrera a desarrollar propuestas de atención en salud mental para comunidades de bajos recursos y grupos con mayores necesidades en salud mental, como mujeres, jóvenes y pacientes mayores.
“No me era suficiente el estar frente a una persona que me contara sus problemas y tratar de entenderla y ayudarla a nivel individual. Quería entender cómo operaba esto a un nivel más general, poblacional: cuáles eran los problemas más comunes, por qué la gente se enfermaba o no, cómo salían adelante, qué cosas funcionaban y cuáles no”, relata el doctor Araya. “Yo tenía una sensibilidad social importante y eso era lo que me motivaba: qué se puede hacer para ayudar a estas personas que tienen estos problemas, que son tan comunes, y donde no hay los medios como para poder sacarlas adelante”.
Realizó sus primeros esfuerzos de innovación en salud mental en la década de los 90, en Chile, donde fue asesor en el Servicio Nacional de la Mujer y estuvo a cargo de la primera Encuesta de Violencia Intrafamiliar, que sentó bases para la Ley de Violencia Intrafamiliar del 2005. También fue Asesor Científico Superior y Director de la Unidad de Evaluación de Atención Primaria del Ministerio de Salud.
Gracias a los contactos internacionales que el profesor Araya ya cultivaba, consiguió financiamiento del Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos para hacer en Chile un estudio sobre costo-efectividad de un modelo de tratamiento para la depresión en mujeres a nivel de atención primaria.
El esquema fue innovador y potente porque, entre otras características, ofrecía una solución a la falta de recursos humanos especializados en la atención psiquiátrica, transfiriendo responsabilidades en el cuidado de la depresión a personal no-médico y empoderando a personas con depresión para fortalecer su autocuidado.
Dada la relevancia de este trascendental estudio, la revista científica The Lancet lo publicó en 2003, como el primer ensayo clínico de una intervención ampliamente exitosa en salud mental en atención primaria en países en vías de desarrollo y con menos recursos.
En Chile el modelo fue implementado a mayor escala y es la base del actual Programa Nacional de Depresión en Atención Primaria. Su impacto sigue siendo visible ya que ha impulsado, por ejemplo, que se formen grupos de autoayuda liderados por mujeres que se han recuperado de su depresión y que comienzan a ayudar a otras que están aún en proceso.
Además, el modelo pasó a ser un referente a nivel global, a tal punto que se convirtió en un estándar de atención en varios países, y fue adoptado por la Organización Mundial de la Salud.
El Dr. Ricardo Araya formó parte de la comisión de trabajo organizada por la Organización Mundial de la Salud “Ayudando a adolescentes a crecer”. En la foto aparece junto a los profesores del King’s College London: Crick Lund, Mark Jordans y Taiana Sailsbury.
“Los jóvenes lo están pasando mal”
Debido a su inquietud por promover iniciativas y políticas públicas para comunidades con mayores necesidades de atención en salud mental, el científico chileno lidera en los últimos años varias investigaciones centradas en población juvenil.
“La salud mental está muy estrechamente relacionada con lo que está pasando en la sociedad, a diferencia de muchas enfermedades de la salud física”, plantea el Dr. Araya. “Y hoy en día están pasando muchas cosas para la gente joven. El tema más álgido en este momento es la crisis económica, que obviamente afecta a todos, pero a los jóvenes les va quitando oportunidades. Tuvimos el Covid, que les quitó la posibilidad de poder interactuar, y los jóvenes estuvieron apretaditos dos o tres años, y las consecuencias de eso aún no las sabemos, vamos a verlas más adelante”.
“El tema de salud mental en los jóvenes está candente, no sólo porque ellos lo están pasando mal, sino que la sociedad se está resintiendo porque ellos están mal”, advierte. “Los jóvenes son el presente, si no invertimos ahí, si no les ayudamos a sentirse mejor, a sentir que pueden hacer una contribución a nuestra sociedad, vamos mal ¿no?”.
En la actualidad, este científico chileno -postulante al Premio Nacional de Ciencias Aplicadas y Tecnológicas 2022- tiene en marcha un estudio para desarrollar un modelo de atención para jóvenes afectados por los conflictos armados en Colombia; en otra investigación busca identificar los factores de resiliencia que ayudan a prevenir o tratar depresión y ansiedad en jóvenes de Lima, Buenos Aires y Bogotá; y en Chile -como Investigador Senior en el Núcleo Milenio Imhay- impulsa el uso de tecnología y aplicaciones digitales en diversos tipos de intervenciones, como herramientas computacionales para prevenir y tratar trastornos mentales en adolescentes y estudiantes universitarios.
Sin pretender transformar a los colegios en centros de salud ni a los profesores en personal sanitario, hay que reconocer que los profesores están en una posición privilegiada para aportar. Ellos, al establecer un contacto cercano y prolongado con sus estudiantes, cuentan con una oportunidad única para favorecer su adecuado desarrollo emocional y reconocer situaciones de riesgo que ameritan una evaluación en salud mental, comenta en The Clinic la académica de la Facultad de Medicina y directora de Imhay, Dra. Vania Martínez.
Semanas atrás el presidente del Colegio de Profesores afirmó: “Nuestros contratos de trabajo en ninguna parte dicen que los docentes estemos contratados para cuidar niños. No somos guardería”. Sin embargo, a pesar de que no son guardería ni tampoco son la familia, ni son psicólogos, ni trabajadores sociales, a los profesores les toca ejercer roles de cuidado de manera frecuente.
Es de ahí que surgen dos inquietudes: por una parte, ¿son los docentes los encargados de llevar a cabo estos roles? Y, por otra, ¿están preparados los docentes para asumir roles de ese tipo?
En relación a la primera interrogante hay que reconocer que muchas veces quienes debieran cumplir roles de cuidado -tanto personas como instituciones- no lo hacen de una manera adecuada y oportuna. Ejemplos cotidianos de aquello son: un apoderado que no pide hora al psicólogo porque no cree en ellos, un estudiante que no puede dedicarle tiempo suficiente al estudio porque tiene que cuidar a sus hermanos menores, un centro de salud que no tiene suficientes profesionales, etc. Es entonces cuando, sin proponérselo ni planificarlo, los profesores se ven en la obligación de ejercer roles de cuidado.
En ese escenario, en realidad lo que corresponde es fortalecer el trabajo intersectorial y apoyar a quienes han descuidado sus roles o no los han podido ejercer de manera efectiva por distintas razones. Desde luego que gran parte de las familias requieren más herramientas; también nuestra sociedad debiera reconocer la necesidad que tenemos de fomentar actitudes solidarias para enfrentar las situaciones de crisis de distinto tipo.
Establecer alianzas con la Academia y los equipos de investigación puede ayudar a definir intervenciones posibles y útiles de implementar para un mejor bienestar de los estudiantes. Fortalecer las redes de apoyo, implementar intervenciones educativas en parentalidad positiva, fomentar la co-responsabilidad, establecer condiciones laborales que permitan compatibilizar los roles familiares, son estrategias probadamente efectivas que deben ser puestas en marchas por distintos actores.
Adicionalmente, sin lugar a dudas se requiere una mayor inversión en salud mental desde el Gobierno, el que ha prometido casi triplicar el presupuesto que tiene el Ministerio de Salud en esta área al final de su mandato. Esta inversión debiera materializarse paulatina y decididamente y apuntar no solo a realizar tratamientos oportunos y de calidad, sino también, intervenciones promocionales y preventivas basadas en la mejor evidencia disponible.
Por lo tanto, para un mejor bienestar de los estudiantes, se requiere que cada uno cumpla con su rol, las familias, la sociedad, el sistema de salud, las autoridades, etc.
Por otra parte, para favorecer el bienestar de los estudiantes y, sin pretender transformar a los colegios en centros de salud ni a los profesores en personal sanitario, hay que reconocer que los profesores están en una posición privilegiada para aportar. Ellos, al establecer un contacto cercano y prolongado con sus estudiantes, cuentan con una oportunidad única para favorecer su adecuado desarrollo emocional y reconocer situaciones de riesgo que ameritan una evaluación en salud mental.
Algunas de esas situaciones no son detectadas en los hogares porque a las familias les cuesta reconocerlas y, en otras ocasiones, porque ocurren en las mismas familias, como puede suceder con la negligencia, el abuso sexual y el maltrato físico y psicológico. Entonces podríamos decir que en relación a la pregunta ¿son los docentes los encargados de llevar a cabo roles de cuidado?, la respuesta sería que sí. De hecho, no solo los profesores pueden aportar, sino que además es necesario que lo hagan, incluyendo una adecuada detección y referencia al sistema de salud.
Sin embargo, además se requiere que los otros actores involucrados en el bienestar de los estudiantes ejerzan efectivamente su rol.
En relación a la interrogante de si están los profesores preparados para ejercer roles que favorezcan el bienestar de los estudiantes, es importante insistir en que por su experiencia y labor están muchas veces en mejor posición que las familias y el mismo sistema de salud para aquello. Sin embargo, frecuentemente los docentes tienden a sentirse inseguros de sus capacidades y dejan esos roles en manos de quienes consideran “más expertos” en la comunidad educativa, como psicólogos escolares o el equipo de convivencia escolar.
Se requiere avanzar en apoyarlos con capacitaciones y acompañamientos pertinentes a sus necesidades y su realidad local. Estas capacitaciones deben apuntar a actualizar sus conocimientos y fortalecer sus competencias y habilidades en temáticas de bienestar y salud mental de estudiantes. Eso sí, hay que recordar que para cuidar adecuadamente a otros debemos partir por cuidarnos nosotros mismos. Entonces es importante que los profesores además reciban herramientas y tengan condiciones laborales que favorezcan su autocuidado.
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En asuntos tan diversos como la vida cívica, educación o su salud -incluida la salud mental- el nuevo texto induciría a considerar la autonomía progresiva y sus decisiones personales.
“Lo que hace este nuevo texto al desarrollar el principio del Interés Superior y el de la Autonomía Progresiva, en mi opinión, es dar luces sobre la necesidad de que esas reglas e interpretaciones que históricamente hemos construido respecto de la situación de niños, niñas y adolescentes en el plano de la salud, tienen que ser conciliadas con el respeto de sus propias autonomías”, plantea la Dra. Yanira Zúñiga, académica de la Universidad Austral de Chile e Investigadora Principal de Imhay.
Si el texto elaborado por los convencionales constituyentes se aprueba en septiembre próximo, Chile pasará a ser uno de los pocos países del mundo en establecer como principio constitucional los derechos de sus niños, niñas y adolescentes.
Si bien nuestro país ha adherido a principios y acuerdos internacionales, como la Convención de Derechos del Niño de la ONU (1989), a la hora de aplicar sus contenidos no han faltado los problemas de interpretación legal, que han significado que no se manifiesten plenamente en la práctica. Por eso, que en el nuevo texto haya un artículo completo dedicado al tema -número 26 del capítulo de Derechos Fundamentales y Garantías- más otros acápites en áreas específicas, es un cambio notable respecto a la actual Constitución.
“Además hay un compromiso en el nuevo texto constitucional no sólo de proteger sino también por promover, por garantizar -es decir, por ir más allá- y por crear una institucionalidad que tendría fuente en el texto constitucional en materias de protección de garantías de la niñez”, destaca la doctora en derecho, Yanira Zúñiga, profesora titular de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Austral de Chile e Investigadora Principal de Imhay. “Y no es sólo avanzar en el reconocimiento de derechos, sino también en proteger algunos derechos específicos: protección ante la violencia, el maltrato, la explotación, el abuso, situaciones que han sido problemáticas en el caso chileno. Y también el sostenimiento de una institucionalidad con la cual el Estado se compromete para garantizar también eso, que son los fenómenos más críticos de violación de derechos de la niñez y adolescencia”.
Asumir facultades y responsabilidades
Los grandes principios que establece la propuesta de nueva Constitución respecto a los niños, niñas y adolescentes se refieren a la Autonomía Progresiva, al Interés Superior, al Desarrollo Integral y al Derecho a Formar Parte de su Familia.
“Yo diría que refuerza muchas cosas”, explica la doctora en Derecho. “Eleva a carácter constitucional estos principios que estaban sólo en la legislación -sobre todo autonomía progresiva y principio del interés superior del niño- y esto es siempre importante porque la Constitución opera como norma suprema y entonces permite ir orientando el desarrollo del resto de la legislación; y eventualmente podría permitir -si se aprueba el texto- que se discuta más adelante la constitucionalidad de algunas normas que no se conformen a ese paradigma”.
Aparte del artículo 26, que reconoce derechos y garantías, hay otros puntos novedosos desplegados en varios capítulos, como el que les faculta a votar, si así lo desean, a partir de los 16 años.
“Esta norma proviene de varias iniciativas populares que fueron presentadas por asociaciones, sobre todo de estudiantes secundarios. Entonces, ahí aparece una dimensión de participación de ellos a través de esta modalidad de apertura de discusión”, enfatiza la investigadora de Imhay.
En el fondo, éste y otros artículos apuntan a reconocer que ellos y ellas tienen facultades para tomar decisiones, y que la sociedad entera -familia, Estado y demás instituciones- deben comprometerse para promover y proteger esos derechos.
“La noción de Autonomía Progresiva es, por definición, algo dúctil, móvil, que no está asociada a hitos rígidos de edad. Lo que busca es justamente una protección que sea muy sensible a los contextos de desarrollo de los niños, niñas y adolescentes, de su entorno, y también al tipo de decisiones que pueden tomar”, explica la académica. “Por ejemplo, no es lo mismo tomar una decisión para rechazar un tratamiento médico importante para mantener su propia vida, que decidir si se hace o no un tatuaje. Son dos decisiones que repercuten de forma distinta: ambas podrían afectar la salud, pero no con la misma intensidad. Entonces el principio funciona siendo sensible tanto a las características de sus destinatarios como al tipo de decisiones que puedan adoptarse”.
Derecho a una educación sexual no sexista
Los grandes principios que establece la propuesta de nueva Constitución respecto a los niños, niñas y adolescentes se refieren a la Autonomía Progresiva, al Interés Superior, al Desarrollo Integral y al Derecho a Formar Parte de su Familia.
El texto constitucional establece también, como algo fundamental, que todas las personas tienen derecho a recibir una educación sexual integral no sexista. Ésta es probablemente el área donde la propuesta de la Convención viene a despejar más dudas, según la investigadora de Imhay.
“Bajo esta nueva lógica, los padres no pueden interferir en los derechos de sus hijos a acceder a educación integral en esta materia, que además es un área estratégica para el desarrollo de sus derechos sexuales y reproductivos: contar con información que sea integral. Es la lógica del sistema internacional y de la protección de los derechos de los niños, de su propia autonomía, que ellos tengan información pertinente, de buena calidad, para adoptar decisiones sobre su propia vida. Y eso había sido parte de discusiones recientes, con un fallo del Tribunal Constitucional chileno que declaró inconstitucional parte de las normas que se discutieron en el proyecto de ley sobre Garantías de la Niñez. La interpretación que hizo el Tribunal Constitucional – al priorizar los derechos de los padres sobre la posibilidad de que sus hijos tuvieran educación sexual integral y educación no sexista- es contraria a la centralidad de los derechos de la niñez y la adolescencia que ahora con mayor rotundidad expresa la propuesta constitucional, haciéndose eco de los desarrollos internacionales en esta materia, que no permiten que los padres bloqueen los derechos de los hijos”.
Derechos y autonomía en Salud
El hecho de que se incluya en la propuesta de constitución el principio de Autonomía Progresiva en niños, niñas y adolescentes también va a abrir puertas en materia de reconocimiento de la toma de decisiones en materia de atención de salud, la cual hasta ahora estaba exclusivamente en manos de los adultos.
“Lo que hace este nuevo texto al desarrollar el principio del Interés Superior y el de la Autonomía Progresiva, en mi opinión, es dar luces sobre la necesidad de que esas reglas e interpretaciones que históricamente hemos construido respecto de la situación de niños, niñas y adolescentes en el plano de la salud, tienen que ser conciliadas con el respeto de sus propias autonomías”, plantea Yanira Zúñiga. “Esto va a depender del tipo de decisiones que tomen, pero lo que no sería consistente con estas nuevas reglas que se asumiera que los niños, niñas y adolescentes no tienen nada que decir respecto de esos tratamientos. Y esto opera tanto para las cosas relacionadas con su salud física como con su salud mental”.
Las y los profesionales de la salud, y especialmente los de la salud mental, han percibido desde siempre que uno de los obstáculos para que muchos niños o jóvenes se atrevan a relatar sus preocupaciones o dolores más personales es justamente el temor a que sus familias se enteren o influyan en una consulta o tratamiento. Ahora se abre, entonces, una posibilidad para reformular marcos regulatorios, tanto en lo legal como en lo administrativo, que aclaren el trabajo de los equipos profesionales en su interacción con estos pacientes.
“Hasta ahora no había mucha claridad en esta materia, siempre estaba la idea de que había una relación tripartita (que incluye siempre a profesionales, niños, niñas y adolescentes, y a sus padres). Sin embargo, en muchos casos se produce una colisión entre los intereses de unos u otros, y aquello que favorece el Interés Superior del Niño no siempre se alinea con los intereses o visiones parentales, sobre todo en materia de salud mental o de salud reproductiva”, explica la doctora en Derecho. “Quizás en campos como la salud mental es necesario ser más deferentes con esa autonomía, que -como hemos dicho- es progresiva. Seguramente en el marco de un futuro desarrollo legal, habrá que aclarar muchas cosas en términos de procedimiento, es decir, sobre cómo operar cuando no haya el mismo parecer entre los niños, niñas y adolescentes, y sus padres y madres o representantes legales”.
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Profesor Alberto Zañartu n°1030
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